Un muy buen artículo que tenia por alli pendiente de Diego Osorno... con todo y todo traigo una ganas perras de ir a Tijuana y todo parece indicar que por lo menos mi prima y una de mis hermanas me seguiria el argüendo... en fin... son planes
En la ciudad hay alrededor de 8 mil picaderos, sitios donde se vende droga al menudeo. Un promedio de 5 mil delitos contra la salud se cometen al año, 13 por dia. La Cámara de Comercio local dice que no hay un solo día del año en que no haya un empresario que esté bajo secuestro. Una tienda del hombre más rico del mundo está al comienzo de la Revolución, la avenida a partir de la cual se trazó el vertiginoso y caótico crecimiento de esta ciudad que una década atrás tenía la mitad de los 2 millones de habitantes que tiene hoy. Del Sanborns a donde acaba la emblemática calle hay poco más de un kilómetro de distancia. Caminar este tramo implica ser invitado a entrar a uno de tantos night’s club’s, ver por fuera el Freedom’s –antro favorito de los estadounidenses alocados y de los hermanos Arellano Félix en sus buenos tiempos-, observar tiendas de artesanías, farmacias y sex shops. Por estos días con algo de suerte también puede verse por aquí a algún convoy de militares circulando. En el vehículo de asalto que avanza en este momento viaja una docena de soldados con el dedo listo en el gatillo de sus fusiles G-3.
“¿Cuándo llegarán los guachos?” –pregunta un hombre que carga un costal de melones rancios por El Bordo, como se conoce a esta zona del canal de agua construido justo en la línea que marca la frontera entre México y los Estados Unidos. Dice que se llama Antonio. Vive aquí donde también acaba la avenida Revolución. En “El hoyo”, una enorme alcantarilla que, entre ratas gigantes, inmundicia y tizne, emana olores hediondos y sirve de refugio para decenas de indigentes. Las manos de Antonio son ásperas, cochambrosas, están llenas de grietas, tienen las articulaciones inflamadas y a la vez son muy cálidas. Hace frío. Con su costal en la espalda, el hombre camina por el revestimiento del canal. Va dejando a su paso a otras mujeres y hombres que también traen el mismo desamparo que Antonio en sus ropas viejas y pringosas. Andan como zombis. Antonio no detiene el paso hasta que se encuentra con un joven dormido sobre la defensa dañada de un automóvil. Lo despierta. El joven abre los ojos enojado. La miseria molestando a la miseria. Luego Antonio voltea a verme y pregunta: “¿Qué quieren los guachos? Tijuana va a ser Tijuana siempre”.
Entre 1999 y 2005 murieron por lo menos 854 personas a causa de sobredosis de drogas. Cien por año. 60% de las armas que circulan en el país entran por aquí. Sin problema alguno, rifles, escuadras y revólveres son adquiridas en las miles de armerías que hay en el vecino estado de California, el lugar donde se consume la mayor cantidad de droga en el mundo. Y el flujo del narcotráfico, la actividad en torno a la que gira el resto de las actividades del crimen organizado no para. Un informe divulgado por la policía de San Diego estima que entre octubre y diciembre de 2007 se decomisaron 12 mil 127 kilogramos de mariguana, un incremento de 126% respecto a lo decomisado el año pasado por las mismas fechas.
Antonio estuvo viviendo hace mucho en Matamoros. Intentó pasar droga a los Estados Unidos. Lo detuvieron y luego lo deportaron al penal de Topo Chico en Monterrey. Ahí dice que se hizo fan de Alicia Villarreal. Luego vino a dar a Tijuana. Le gusta el cristal, la cocanía y la heroína. Sin importarle que lo fotografíen se coloca una jeringa –una “erre” le llama él- en el brazo y luego en la pierna. La droga está dividida en pequeñas dosis que parecen plastilina que primero se derrite y luego es derramada dentro de una jeringa. Otros de los que bien en “El hoyo” se meten la heroína por el cuello, la lengua o por la parte baja del pene. No importa cuál. El caso es encontrar alguna vena visible porque con el paso del tiempo y del vicio, éstas se les van desapareciendo. Antonio tiene 34 años. Parece de 50. Dice que no puede dejar la heroína. El Bordo es una cárcel. Una prisión inmensa de la que parece imposible salir. Los que viven aquí alguna vez intentaron cruzar como ilegales a los Estados Unidos, pero quién sabe cuándo el sueño americano se convirtió en la pesadilla tijuanense. Antonio y los demás viven ahora para consumir la heroína, la consumen para vivir y viven para consumirla. Se pinchan un promedio de 5 veces al día y su único alimento es un platillo típico de la cocina tijuanense llamado tostilocos, cuya receta consiste en una bolsa grande de fritura marca Tositos retacada de tamarindo, cacahuates, clamato, chamoy, salsa casera, limón, pepino, cueritos y lechuga.
*
El Chava, El Javi, El Güero, El Burro, El Pelón… ¿Cómo conocer el nombre real de ellos? Ninguno trae papeles. Antonio podría llamarse Javier o Miguel. Imposible saberlo a ciencia cierta. Como quiera Antonio no es nadie para Baja California. No sólo por el abandono en el que vive sino también porque ninguna autoridad conoce su verdadera identidad. A nadie le importa. Toda la ciudad sabe la existencia de este lúgubre lugar pero a nadie asombra ya. Académicos, periodistas, activistas, sacerdotes, ciudadanos de a pie y funcionarios responden con fastidio o con bromas, depende el tiempo que se les quite, cuando en alguna entrevista se les toca el tema de los picaderos de El Bordo. Los amigos de Antonio que se han muerto por consumir heroína van a dar a la fosa común, municipal. “Sin nombre”, es como se les identifica en la papelería oficial y en las notas periodísticas, que cada vez reseñan con menor asombro este hecho. ¿Para qué? Los del “hoyo” viven hasta el final al margen de las instituciones. Su previsible y anónima muerte es un indicador y tal vez incluso una definición de la tragedia que vive esta ciudad. Son sus cadáveres vivientes.
Todos los fotógrafos tratan de hacernos recordar que no olvidemos lo que se podría olvidar. Tizoc Santibañez, fotógrafo del periódico Frontera me acompañó a “El hoyo”. Tizoc tiene tiempo retratando lo que está a la vista de todos pero nadie ve. Ha captado muchas fotografías. Una de ellas es la de Cristina García, una mujer de 38 años que parece una anciana. Su brazo ya está todo agujereado. Mientras la cámara la capta esboza una especie de sonrisa, en tanto, la heroína entra. Otra fotografía es la de un joven rubio color pollo que está al borde del canal, parado, con ropa blanca, tocándose el cuello mientras dos dealers le pinchan una dosis de heroína que cuesta alrededor de 50 pesos. La escena la podía ver cualquiera a distancia, pero con el potente lente de la cámara se pueden apreciar los rostros serenos, impávidos de los que participan en esta especie de ritual que se hace a plena luz del día. Tizoc tiene 3 años haciendo fotos en “El Bordo”. Ha convivido tardes enteras con ellos. Serio me dice: “ni la mitad de los que he fotografiado están vivos”. Tijuana es un mundillo donde lo legal e ilegal, se confunden: “donde empieza la patria”; de “Tequila, sexo y mariguana” de Manu Chao; de Jorge Hank Rhon y su zoológico; del fallecido Jesús Blancornelas y el semanario Zeta; de la tercera nación cultural; de los Arellano Félix.
Para lo único que se aparece de repente la autoridad por aquí es para burlarse de ellos. “¿Caliente o la veinte?”, preguntan algunos policías municipales que llegan a matar su aburrimiento por aquí. La disyuntiva que se les propone es darles una golpiza o llevarlos a la cárcel preventiva, ubicada en la colonia 20 de Noviembre. Pero entre algunos funcionarios federales se piensa que a veces en El Bordo, lo que matan los policías municipales –mañosipales se les dice- no es nada más el aburrimiento. El área de intligencia de la Policía Federal Preventiva investiga desde hace algunos meses la operación de un cuerpo parapoliciaco creado durante la administración de Hank Rhon, al cual se le conoce como Comando negro. Entre los reportes recabados está el señalamiento de que mientras se reclutaba a los agentes locales, durante la madrugada, uno de los mandos locales llevaba a El Bordo a unos cuantos aspirantes. Ya estando ahí, agarraba a un puñado de indigentes y les pedía a los policías que mataran a sangre fría a uno de ellos. El que lo hacía de inmediato conseguía entrar al grupo, el que no, era designado para cuidar los camellones de la ciudad. Más de 20 policías formaron finalmente parte de ese comando.
*
Edgar Quintero, de 16 años, le cercenó el cuello Edgar Osorio, de 14 años, porque estaba enamorado de la novia de éste. Andrea Montiel, de 16 años, fue aventada de una camioneta negra Gran Cherokee en movimiento; está en coma. Una banda roba varios cajeros automáticos amarrándolos a la parte trasera de camionetas 4x4. Dos ejecutados al estilo de la mafia el jueves y el viernes otros dos, también con el tiro de gracia. Encobijados, entambados, encajuelados y entripados. En los cafés, las páginas policiacas de los periódicos se leen como las páginas de sociales. La nota roja aquí es la nota de sociedad. Ahí hay que buscar al vecino, pariente o enemigo, para luego hablar de algo durante la comida. En muchos lugares del mundo, la conversación sobre crímenes es la más apreciada. Aquí parece ser la única posible. Donde acaba la avenida Revolución se ve esa miseria moderna que no ocurre en medio de la escasez general, sino que convive con la abundancia. Sí al principio de la calle está un negocio del hombre más rico del mundo, “del otro lado” de “El hoyo” se ven malls, grandes catedrales del comercio, iluminadas y multicolores. Hace tiempo vinieron unos escritores a leerles poesía a Antonio y los demás. Después de 15 minutos salieron huyendo. Los poetas son de mal gusto. En “El hoyo” no hay belleza, nada de belleza.
“¿Cuándo llegarán los guachos?” –pregunta un hombre que carga un costal de melones rancios por El Bordo, como se conoce a esta zona del canal de agua construido justo en la línea que marca la frontera entre México y los Estados Unidos. Dice que se llama Antonio. Vive aquí donde también acaba la avenida Revolución. En “El hoyo”, una enorme alcantarilla que, entre ratas gigantes, inmundicia y tizne, emana olores hediondos y sirve de refugio para decenas de indigentes. Las manos de Antonio son ásperas, cochambrosas, están llenas de grietas, tienen las articulaciones inflamadas y a la vez son muy cálidas. Hace frío. Con su costal en la espalda, el hombre camina por el revestimiento del canal. Va dejando a su paso a otras mujeres y hombres que también traen el mismo desamparo que Antonio en sus ropas viejas y pringosas. Andan como zombis. Antonio no detiene el paso hasta que se encuentra con un joven dormido sobre la defensa dañada de un automóvil. Lo despierta. El joven abre los ojos enojado. La miseria molestando a la miseria. Luego Antonio voltea a verme y pregunta: “¿Qué quieren los guachos? Tijuana va a ser Tijuana siempre”.
Entre 1999 y 2005 murieron por lo menos 854 personas a causa de sobredosis de drogas. Cien por año. 60% de las armas que circulan en el país entran por aquí. Sin problema alguno, rifles, escuadras y revólveres son adquiridas en las miles de armerías que hay en el vecino estado de California, el lugar donde se consume la mayor cantidad de droga en el mundo. Y el flujo del narcotráfico, la actividad en torno a la que gira el resto de las actividades del crimen organizado no para. Un informe divulgado por la policía de San Diego estima que entre octubre y diciembre de 2007 se decomisaron 12 mil 127 kilogramos de mariguana, un incremento de 126% respecto a lo decomisado el año pasado por las mismas fechas.
Antonio estuvo viviendo hace mucho en Matamoros. Intentó pasar droga a los Estados Unidos. Lo detuvieron y luego lo deportaron al penal de Topo Chico en Monterrey. Ahí dice que se hizo fan de Alicia Villarreal. Luego vino a dar a Tijuana. Le gusta el cristal, la cocanía y la heroína. Sin importarle que lo fotografíen se coloca una jeringa –una “erre” le llama él- en el brazo y luego en la pierna. La droga está dividida en pequeñas dosis que parecen plastilina que primero se derrite y luego es derramada dentro de una jeringa. Otros de los que bien en “El hoyo” se meten la heroína por el cuello, la lengua o por la parte baja del pene. No importa cuál. El caso es encontrar alguna vena visible porque con el paso del tiempo y del vicio, éstas se les van desapareciendo. Antonio tiene 34 años. Parece de 50. Dice que no puede dejar la heroína. El Bordo es una cárcel. Una prisión inmensa de la que parece imposible salir. Los que viven aquí alguna vez intentaron cruzar como ilegales a los Estados Unidos, pero quién sabe cuándo el sueño americano se convirtió en la pesadilla tijuanense. Antonio y los demás viven ahora para consumir la heroína, la consumen para vivir y viven para consumirla. Se pinchan un promedio de 5 veces al día y su único alimento es un platillo típico de la cocina tijuanense llamado tostilocos, cuya receta consiste en una bolsa grande de fritura marca Tositos retacada de tamarindo, cacahuates, clamato, chamoy, salsa casera, limón, pepino, cueritos y lechuga.
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El Chava, El Javi, El Güero, El Burro, El Pelón… ¿Cómo conocer el nombre real de ellos? Ninguno trae papeles. Antonio podría llamarse Javier o Miguel. Imposible saberlo a ciencia cierta. Como quiera Antonio no es nadie para Baja California. No sólo por el abandono en el que vive sino también porque ninguna autoridad conoce su verdadera identidad. A nadie le importa. Toda la ciudad sabe la existencia de este lúgubre lugar pero a nadie asombra ya. Académicos, periodistas, activistas, sacerdotes, ciudadanos de a pie y funcionarios responden con fastidio o con bromas, depende el tiempo que se les quite, cuando en alguna entrevista se les toca el tema de los picaderos de El Bordo. Los amigos de Antonio que se han muerto por consumir heroína van a dar a la fosa común, municipal. “Sin nombre”, es como se les identifica en la papelería oficial y en las notas periodísticas, que cada vez reseñan con menor asombro este hecho. ¿Para qué? Los del “hoyo” viven hasta el final al margen de las instituciones. Su previsible y anónima muerte es un indicador y tal vez incluso una definición de la tragedia que vive esta ciudad. Son sus cadáveres vivientes.
Todos los fotógrafos tratan de hacernos recordar que no olvidemos lo que se podría olvidar. Tizoc Santibañez, fotógrafo del periódico Frontera me acompañó a “El hoyo”. Tizoc tiene tiempo retratando lo que está a la vista de todos pero nadie ve. Ha captado muchas fotografías. Una de ellas es la de Cristina García, una mujer de 38 años que parece una anciana. Su brazo ya está todo agujereado. Mientras la cámara la capta esboza una especie de sonrisa, en tanto, la heroína entra. Otra fotografía es la de un joven rubio color pollo que está al borde del canal, parado, con ropa blanca, tocándose el cuello mientras dos dealers le pinchan una dosis de heroína que cuesta alrededor de 50 pesos. La escena la podía ver cualquiera a distancia, pero con el potente lente de la cámara se pueden apreciar los rostros serenos, impávidos de los que participan en esta especie de ritual que se hace a plena luz del día. Tizoc tiene 3 años haciendo fotos en “El Bordo”. Ha convivido tardes enteras con ellos. Serio me dice: “ni la mitad de los que he fotografiado están vivos”. Tijuana es un mundillo donde lo legal e ilegal, se confunden: “donde empieza la patria”; de “Tequila, sexo y mariguana” de Manu Chao; de Jorge Hank Rhon y su zoológico; del fallecido Jesús Blancornelas y el semanario Zeta; de la tercera nación cultural; de los Arellano Félix.
Para lo único que se aparece de repente la autoridad por aquí es para burlarse de ellos. “¿Caliente o la veinte?”, preguntan algunos policías municipales que llegan a matar su aburrimiento por aquí. La disyuntiva que se les propone es darles una golpiza o llevarlos a la cárcel preventiva, ubicada en la colonia 20 de Noviembre. Pero entre algunos funcionarios federales se piensa que a veces en El Bordo, lo que matan los policías municipales –mañosipales se les dice- no es nada más el aburrimiento. El área de intligencia de la Policía Federal Preventiva investiga desde hace algunos meses la operación de un cuerpo parapoliciaco creado durante la administración de Hank Rhon, al cual se le conoce como Comando negro. Entre los reportes recabados está el señalamiento de que mientras se reclutaba a los agentes locales, durante la madrugada, uno de los mandos locales llevaba a El Bordo a unos cuantos aspirantes. Ya estando ahí, agarraba a un puñado de indigentes y les pedía a los policías que mataran a sangre fría a uno de ellos. El que lo hacía de inmediato conseguía entrar al grupo, el que no, era designado para cuidar los camellones de la ciudad. Más de 20 policías formaron finalmente parte de ese comando.
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Edgar Quintero, de 16 años, le cercenó el cuello Edgar Osorio, de 14 años, porque estaba enamorado de la novia de éste. Andrea Montiel, de 16 años, fue aventada de una camioneta negra Gran Cherokee en movimiento; está en coma. Una banda roba varios cajeros automáticos amarrándolos a la parte trasera de camionetas 4x4. Dos ejecutados al estilo de la mafia el jueves y el viernes otros dos, también con el tiro de gracia. Encobijados, entambados, encajuelados y entripados. En los cafés, las páginas policiacas de los periódicos se leen como las páginas de sociales. La nota roja aquí es la nota de sociedad. Ahí hay que buscar al vecino, pariente o enemigo, para luego hablar de algo durante la comida. En muchos lugares del mundo, la conversación sobre crímenes es la más apreciada. Aquí parece ser la única posible. Donde acaba la avenida Revolución se ve esa miseria moderna que no ocurre en medio de la escasez general, sino que convive con la abundancia. Sí al principio de la calle está un negocio del hombre más rico del mundo, “del otro lado” de “El hoyo” se ven malls, grandes catedrales del comercio, iluminadas y multicolores. Hace tiempo vinieron unos escritores a leerles poesía a Antonio y los demás. Después de 15 minutos salieron huyendo. Los poetas son de mal gusto. En “El hoyo” no hay belleza, nada de belleza.
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