Tuesday, April 29, 2008

Un cuentito de Ibargüengoitia


Primera escena: Aparece una mujer dedicada a las labores domésticas, que espera al marido y está contenta. Llega un caminante cansado y hambriento que se enamora de ella; ella lo invita a comer. Llega después el marido, que es cazador y trae un jabalí a cuestas. Mientras la mujer cuelga la carne, el marido y el caminante se conocen y se detestan.

Después de la comida tienen un duelo que el cazador, por supuesto, gana. Regresa a la casa cargando al caminante, que está mal herido, y lo pone sobre una mesa. La mujer ayuda al cazador a desvestirse y a acostarse en la cama, porque está fatigado, luego, mientras el marido dormita, prepara y da al herido un brebaje que lo hace revivir. Cuando él abre los ojos, la mujer le hace un signo de que no se mueva. Luego ella va a la cama y se acuesta al lado del marido, que despierta sobresaltado. La mujer lo tranquiliza:

–¿De qué tienes miedo si sabes que eres casi inmortal? La única espada que puede herirte en el mundo está en ese armario y tienes la llave del armario en la bolsa de tu chamarra.
–Tienes razón –dice el marido y se duerme tranquilamente.

La mujer apaga la luz. En la penumbra del cuarto el caminante se incorpora, busca la llave, abre el armario, saca la espada, mata al marido, arrastra el cadáver hasta llevarlo afuera de la habitación, luego regresa y se acuesta al lado de la mujer. Hay un oscuro total.

Luego amanece, los pajaritos cantan, la mujer despierta, mira al hombre que está junto a ella, se levanta, empieza a arreglar la casa, canta, parece que está contenta.

Una de don Porfi

Se cuenta que Porfirio Díaz visito en 1883 a su compadre, el entonces presidente Manuel González. “No tengo ambiciones presidenciales, compadre” –le dijo-. A lo que el famoso manco no contestó de inmediato sino que empezó a abrir y cerrar los cajones de su escritorio.

-“¿Qué busca compadre?”, inquirió Díaz
- “Al pendejo que se lo crea”, respondió González

El utopista sueña


‘En medio de la trivialidad ambiente, el utopista sueña con una humanidad más justa, más sana, más bella, más sabia, más feliz, y mientras exterioriza sus sueños, la envidia palidece, el puñal busca su espalda, el esbirro espía, el carcelero coge las llaves y el tirano firma la sentencia de muerte. De ese modo la humanidad ha mutilado, en todos lo tiempos, sus mejores miembros. ¡Adelante! El insulto, el presidio y la amenaza de muerte no pueden impedir que el utopista sueñe’.

Ricardo Flores Magón