Saturday, March 07, 2009

Reelección y partidos abiertos

La reelección inmediata consecutiva de los legisladores permitiría la profesionalización de los cuerpos legislativos y abriría la posibilidad de que los ciudadanos calificaran el trabajo de sus representantes populares (a los buenos los premiarían con la reelección y a los malos los mandarían a su casa). Creo, sin embargo, que la reelección sería mucho mejor si estuviera acompañada de partidos abiertos que permitieran que cualquier ciudadano participara en el proceso democrático. En una democracia es tan importante el derecho a votar como el derecho a ser votado. Es muy legítimo que cualquier ciudadano, por más excéntrico que sea, pueda competir por un puesto de elección popular. El artículo 35 de la Constitución consigna el derecho a ser votado pero ordena que el ciudadano tenga “las calidades que establezca la ley”. Esta frase ha servido para establecer un sinnúmero de restricciones al derecho a participar en una elección. Hoy, gracias a este ordenamiento, tenemos un sistema democrático lleno de barreras para competir. No sólo en la Constitución, sino en las leyes secundarias como el Cofipe que incluye la provisión de que sólo los partidos pueden registrar a los candidatos. De esta forma, las candidaturas independientes están prohibidas.
En primer lugar, se permite la reelección de legisladores. En segundo lugar, los partidos grandes modifican las leyes electorales para que desaparezcan los partidos chicos y sea prácticamente imposible formar uno nuevo. En tercer lugar, los partidos grandes se cierran, establecen más restricciones al derecho a ser votado y privilegian que sus candidatos surjan de la militancia. Los electores tendríamos tres opciones en la boleta: tres candidatos populares para la gente de sus partidos pero quizá poco atractivos para los votantes independientes. Sin embargo, a uno de los candidatos ya lo conoceríamos: el que pretende reelegirse, el que ya estuvo en el Congreso durante años cortejándonos para que lo apoyáramos en su reelección. Naturalmente este candidato tendría una gran ventaja sobre los otros dos candidatos retadores que presumiblemente no serían tan populares por haber salido de las filas partidistas. De esta forma, la tasa de reelección de legisladores resultaría muy alta. Muy diferente sería si cualquier ciudadano tuviera el derecho de inscribirse en las elecciones primarias de un partido. Esto abriría más el juego electoral. Lo haría más competitivo. Los que pretenderían reelegirse enfrentarían a mejores retadores.
Precisamente esta es una de las virtudes del sistema político estadounidense: que los partidos son muy abiertos para que cualquier ciudadano pueda competir en las primarias. La reelección inmediata consecutiva de legisladores es una buena medida y mejora aún más cuando está acompañada de partidos abiertos a la ciudadanía. En cambio, si los partidos se cierran, el resultado podría ser el de una clase política reeligiéndose todo el tiempo no por ser los mejores sino por ser los únicos que hay. Enmendar la Constitución y autorizar que los senadores se reeligieran por un periodo adicional y los diputados federales hasta por tres periodos consecutivos. Además, se abriría la posibilidad de la reelección para los diputados locales. Por un lado, se permitiría la profesionalización de las cámaras y, por el otro, habría una mayor rendición de cuentas entre la ciudadanía y los legisladores. El futuro político de los senadores y diputados ya no dependería de su partido sino de su electorado. La ciudadanía tendría la posibilidad de calificar el trabajo de sus representantes. A los buenos, los premiarían con la reelección. A los malos, los echarían del Congreso. De esta forma, se fortalecería la representación política y se limitaría el creciente poder de los partidos.

Monday, March 02, 2009

la partidocracia


Estamos ante un riesgo: podemos pasar del presidencialismo autoritario de ayer a la partidocracia caótica de hoy; ir de la dictadura perfecta a la imperfecta confusión. El 2 de julio del año 2000 democratizamos la institución presidencial; nos falta ahora democratizar igual y verdaderamente la institución parlamentaria de modo que los diputados no representen a sus respectivos partidos sino a los distritos de donde salió su investidura. El servidor público debe servir al público, el representante popular ha de representar al pueblo. Esto que parece verdad de perogrullo es sana teoría política que en México no tiene aplicación.