Thursday, March 10, 2005

Quintana & Santana crash show

Quintana & Santana crash show

By El Reportero del Amor

“Me duele aquí”. Esas fueron las primeras palabras de Juan Quintana, que al tiempo señalaba su frente, después del accidente. Claro que no podía mover las piernas y que la sangre se agolpaba en la cabeza. Es probable, por supuesto, que este último síntoma tuviera que ver más con las ingentes cantidades de alcohol que había bebido que con el choque. Pero esas son especulaciones y el hecho, evidente, es que el auto rojo se había convertido en basura al estrellarse contra un igual (otro carro, se entiende). El caso es que, vivitos y coleando, destaparon sus cervezas —porque la salida nocturna tuvo como fin abastecer de alcohol una fiesta de dudosa reputación. No era, como se podría pensar, un viaje de placer— y comenzaron con el recuento de los daños. Una lata se había apachurrado e Isaí tenía fuertes dolores en la nalga izquierda. “Esa siempre me duele, no se apuren”, sugirió. Juan, ensimismado, se preguntaba a qué hora podrían dejar la escena del crimen para ir a degustar, en forma vergonzante, exóticas bebidas en brazos de ninfetas aromatizadas con los efluvios de la beodez.

Los del otro auto, más ebrios que los cómplices nocturnos de Juan, no atinaron a decir palabra.
(Aquí va una elipsis, siempre recomendable para saltar sucesos engorrosos).

El ejecutivo de seguros le preguntó su nombre a Juan.
—Quintana, Juan Quintana —señaló.
—¿Quiénes lo acompañaban en el auto?
—Isaí y Santana.
—¿Quitana y Santana? ¿Como el famoso grupo?

Juan torció la boca y se desmayó. En la ambulancia. Quintana y Santana, unidos de las manos (izquierda y derecha, respectivamente), languidecieron.

El médico sugirió, por mero afán alternativo, que las heridas de Juan podrían curarse con una sesión de orinoterapia, a lo que sus amigos accedieron con facilidad.

—¡Órale! ¡No me orinen los zapatos! —gritó, ya en casa, el malhadado Quintana.

Pero, igual, los amigos ejecutaron chorreantes y espumosas micciones en zapatos, glúteos y cabellera.

Hoy en día, Quintana se abstiene de comentar el suceso. El único rastro que queda del accidente es su parsimonioso andar de hombre elefante que, dicen los que saben, no fue causado por el choque, sino por la acidez en la orina de sus serviles amistades.


¡Te queremos, Quintana, te queremos!

Nota: Esta crónica ha sido editada para evitar las partes sicalípticas, que las hubo, en el desarrollo de los hechos.