Wednesday, December 17, 2008

La peor señora del mundo


Hoy, platicando con alguien que no vale la pena, me acordé de aquél buenísimo cuento de Francisco Hinojosa “La peor señora del mundo”. La historia trata de una mujer dispuesta a hacer el mal de tiempo completo. Nadie escapa a sus agrios limones ni al puro que apaga en el más tierno antebrazo. La señora nació con el perfecto pedigrí de una tirana. Tanto se esforzó en fastidiar que los demás se le sometieron (su pasión por la villanía superaba a la suma de todas las bondades). ¿Cómo oponerse a la energía del mal absoluto? Los aterrados habitantes de la comarca habían perdido los nervios, pero no las ideas. No hay mejor estrategia para derrotar a un adversario que imaginarse en su lugar. La peor señora disfrutaba sus vilezas por el efecto que causaban. Para contrarrestarla, sus víctimas comenzaron a festejar las ofensas. La archivillana entendió la banalidad del mal: su técnica no servía ante gente que agradecía pellizcos y pisotones. Sólo por probar, hizo algo bueno y recibió un reproche. A partir de entonces practicó una filantropía involuntaria. La pregunta que subyace es si el bien depende de los actos o de la repercusión que tienen.

La búsqueda de la utopía


El rechazo al estado de cosas existentes, en nombre de lo que pareciera deseable y justo ha sido una constante a lo largo de los siglos, y las historia de las utopías es un indicador del grado de inconformidad y rechazo a lo existente en cada época. La insatisfacción frente a la pobreza surgió con el contraste entre la creciente igualdad política lograda tras el triunfo de la idea democrática moderna y la enorme desigualdad económica generada por la revolución industrial.
Como reacción, las diferentes corrientes del socialismo propusieron soluciones que fueron rechazadas por irreales por las clases proletarias, pero que fueron defendidas como racionales y científicas por sus proponentes. Fueron ideas muy distintas de las utopías que les precedieron, como el paraíso terrenal, la edad de oro, la nueva Jerusalén, las isla del preste Juan o el país de Cockaigne, una conmovedora fantasía campesina donde caían pollos rostizados del cielo, el individuo más virtuoso era aquél que dormía más y donde se castigaba a todo aquél que pretendiera trabajar, o incluso la utopía propiamente dicha, la creada por Tomás Moro en 1516.