Wednesday, October 09, 2013

Michael Ignatieff

El diálogo entre tú y yo en este momento se basa en la buena fe: tú y yo estamos haciendo el mayor esfuerzo para entendernos. Sabemos que a veces no decimos exactamente lo que intentamos decir y nos permitimos la caridad fundamental de corregir lo que decimos. En política la situación es diferente. Se trata de un mundo de lunáticos de la literalidad en donde solo lo que se dice cuenta. Es un mundo fundado en la mala fe. Si tú eres un político, tus oponentes no están para aceptar lo que dices en buena fe. Ellos existen para escucharte con absoluta mala fe. Ese es su trabajo. Uno tiene que entender que no se la debe tomar personal. Yo tuve muchos oponentes políticos a quienes apreciaba personalmente pero que sabía que deseaban mi fracaso. Y mi trabajo como político era hacer lo mismo. Nadie debería entrar en la política sin entender antes que se trata de un juego con reglas muy precisas diferentes a las de la vida normal.

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Isaiah Berlin tiene un ensayo llamado “Sobre el juicio político”. En él, se pregunta cuál es el conocimiento práctico característico del gran estadista. Una virtud importante es la de conocer cuánto poder se tiene en situaciones particulares y qué es posible en cierto contexto. Los políticos trabajan en un horizonte temporal. Tener juicio político es tener sentido de la oportunidad, de saber si hay que actuar o no. Los políticos no están interesados en las ideas per se, sino en si ha llegado el momento de aplicarlas.

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El liberalismo en sí mismo enfrenta profundos desafíos. Nuestros regímenes democráticos en Occidente son en realidad oligarquías. Las democracias no pueden ser exitosas si el crecimiento económico no genera seguridad para las mayorías. Nuestras economías no están generando los resultados que le permitan a la gente sentirse segura y confiada. Como dije, el mundo está fracturado en regímenes autoritarios de capitalismo de Estado y oligarquías capitalistas generadoras de desigualdad.