Thursday, March 19, 2015

Periodismo y otras notas



El periodismo complaciente no le sirve a nadie, excepto a los que hacen dinero y trafican influencias con él. La función del periodismo en una sociedad abierta es investigar, poner los acontecimientos en su circunstancia, crear contexto y abrir espacios para la deliberación. Ese periodismo, aunque hay quienes lo abominan, satisface las expectativas, en materia de información, de un segmento muy importante de nuestra sociedad. Su presencia en la vida pública es importante y es necesaria.
Raúl Trejo Delarbre


En México el ejercicio de la libertad de prensa pasa a menudo por la voluntad empresarial que la patrocina. En forma escalonada con frecuencia la empresa periodística a su vez, obra así porque es altamente dependiente con otro patrón: el régimen político que a menudo la influye y determina con publicidad gubernamental, utilizando los recursos públicos (en una relación cómplice y corrupta) como premio o castigo. Si el periodismo no es labor de aduladores sino de uno de los más poderosos recursos para develar y acotar las entrañas del poder político con que cuentan las sociedades democráticas, a menudo su ejercicio incomodará los intereses espurios que tratarán de acallarlo. Se precisa tomar en cuenta lo anterior para no simplificar “entre particulares” la relación del periodista y la del empresario que le publica lo que escribe (o por extensión lo que el periodista radiodifunde). En todas sus modalidades, pero particularmente en estas últimas, se explota de manera regulada constitucionalmente una concesión de un bien público y el Estado mexicano debe salvaguardar derechos constitucionales humanos, de libertad de prensa, de derecho a la información y de las audiencias, amén de los contenidos en la Ley Federal de Telecomunicaciones.  
 Guillermo Colín




Tuesday, February 03, 2015

¿Qué es el poder?


Es la capacidad de una persona o una organización para hacer que otros hagan o dejen de hacer algo, ahora o en el futuro. “El poder se ha hecho más fácil de obtener, más difícil de usar y más fácil de perder”
Mejorar, fortalecer, modernizar y adecentar los partidos políticos. Pocas instituciones hoy en día son tan despreciadas y vilipendiadas como los partidos. Las personas decentes sienten que son antros de corrupción, oligarquías excluyentes. Poca gente piensa que los partidos están al servicio de los intereses colectivos. Muchos solo existen para enriquecer a sus dirigentes. Se han ganado su mala reputación, pero la energía política, la participación, tiene que terminar en algo concreto que puede ser un cambio en las políticas públicas, un cambio en las instituciones, un cambio en la manera de gobernar, o un cambio de los gobernantes. Todo eso es lo que en teoría deben hacer los partidos políticos. Interpretar, agregar y canalizar las preferencias y necesidades de la comunidad a la que sirven. No puede existir una democracia sin partidos políticos.

En otros países los partidos monolíticos, permanentes, potentes, históricos e impenetrables –como los que ahora hay en México– desaparecieron… De ninguna manera estoy diciendo que debamos fortalecer a los partidos políticos existentes con todos los vicios que acumulan y que los hacen inaceptables para la gran mayoría de la sociedad. Estoy argumentando que la gente honesta y comprometida tiene que inscribirse y participar en partidos políticos o crear nuevos partidos que no tengan los defectos de los partidos tradicionales. Deben ser más dinámicos y ágiles, más horizontales, más innovadores y más transparentes y más capaces de recoger el sentido y las necesidades de la población y transformarlos en un plan de acción y agendas para gobernar.

Moisés Naím.- Vía LetrasLibres



Monday, January 26, 2015

Elogio de la irresponsabilidad

Elogio de la irresponsabilidad
Jesus Silva-Herzog Marquez

No la del cirujano, ni la de quien maneja un coche, ni la del gobernante. Tampoco la del constructor o el cocinero. Irresponsabilidad para el creador, para el crítico, para el humorista. Irresponsabilidad plena, total. Pongamos tras las rejas al ingeniero que levanta un puente endeble.
Dejemos sin empleo al doctor que olvida el bisturí en la barriga del operado. Votemos contra el político que nos lleva a la ruina. Pero cuidemos el atrevimiento crítico, la insolencia del humorista, la denuncia hiriente. Que no ha de haber código para el arte, ni reglamento de lo risible, ni estatuto para la sátira ha de decirse nuevamente porque han vuelto quienes piensan que hemos de servir sólo a la cordura, al cálculo, a la ética de las consecuencias.

Monástica es una sociedad monopolizada por la compostura. Levantarse a la hora justa, participar en los rituales cotidianos, hablar siempre en voz baja y cuando es permitido, no desentonar jamás en el coro, acatar el tabú como el dictado de una segunda fisiología.
Tragarse la opinión propia en aras de la tranquilidad, renunciar a la controversia, halagar los prejuicios. Un código estrictísimo regula cada acción y cada expresión de la vida conventual. Todos han de actuar responsablemente.
Cada monje sabe que el monasterio se mantiene por su disciplina. Cualquier desacato sería catastrófico. Por ello no puede haber ahí espacio para la burla, inaceptable sería una parodia de los textos sagrados, un dibujo ofensivo, una invectiva contra algún monje odioso.
¿Un cabaret dentro del convento? ¿Grafiti en el altar? ¿Anotaciones satíricas al margen de las Escrituras? Una sociedad disciplinaria niega los provechos de la expresión libre, el servicio de la controversia. En cada fricción ve una amenaza, en cualquier polémica un peligro.

Cuidar el claustro es fustigar al crítico que se nos asoma por dentro, es callar al burlón que detecta la presencia de lo ridículo, es hacer de la duplicidad la norma soberana del trato.
Hay quien pretende hacer del código monástico, el estatuto de nuestra sociedad. No seamos salvajes, nos dicen: limitémonos, cuidemos lo que decimos, lo que escribimos, lo que pintamos. La insolencia es inaceptable, la provocación un pecado.
Quien ofende merece la cachetada del ofendido decía recientemente el Papa y hay quien celebra tan aberrante argumento. Lo mismo dicen quienes atribuyen a la vestimenta de las mujeres la violación que sufren. Usaba minifalda, me provocó.
Insultó a mi dios, me provocó. El objetivo de Francisco es claro: proscribir la blasfemia. Cruzados por conflictos, hemos de actuar todos con responsabilidad. Amenazados por la violencia, hemos de actuar siempre con responsabilidad. Cuidar el derecho a blasfemar es cuidar uno de los principios esenciales de la sociedad abierta.

Los nuevos censores quisieran que todos renunciáramos a la opinión hiriente y que nos paralizáramos nuevamente por la idea que alguien tiene de lo sagrado. Ése el costo de la convivencia, dicen. Si a alguien lastima mi opinión es causa suficiente para silenciarla.
Antes de hablar, debo calcular responsablemente el efecto de lo dicho. Si mi idea no aporta nada al otro, no merecería voz. Es vanidad la expresión que no contribuye al bienestar del mundo. Y si, a juicio de alguien, lo entristece, ha de ser excluida.
¿Ha de someterse la expresión independiente al código de la responsabilidad? No. Irresponsables han sido siempre las palabras que desafían la opinión común, las imágenes que cuestionan los prejuicios profundos, los argumentos que destrozan esas fantasías que sellan identidad.

Irresponsable es la denuncia que amenaza la concordia, que ofende al poderoso.
La sociedad monástica nos imagina a todos como soldaditos de la convivencia: guardianes de una ciudad amenazada. Habrá que recordarle a los republicanos de la autocensura que necesitamos también críticos que denuncien los dogmas.
Y que no hay denuncia de los prejuicios que no lastime. Un crítico no puede renunciar al ácido de su pluma sin renunciar a su cometido. Un artista ha de ser libre para profanar lo venerable. Un cartonista ha de ser inclemente en su burla. Irresponsables que han de desentenderse del efecto de sus expresiones.
Las buenas maneras tendrán su sitio pero ese sitio también tiene límites. Los templos de la irreverencia son tan necesarios en la ciudad como los templos de la devoción. ¿Sería habitable una sociedad poblada sólo por circunspectos? Que la prudencia sea un valor no quiere decir que sea el único, ni el supremo en todos los ámbitos de la vida.

La risa, la invención y la denuncia suelen nacer de una insolencia.

Monday, January 12, 2015

Humor y terrorismo

En El País



Mientras nuestra seguridad dependa de la voluntad de un par de fanáticos religiosos dispuestos a entregarse al martirio con alegría, las exhibiciones de fuerza sólo servirán para recortar los derechos de todos.
Los mártires no necesitan recibir instrucciones, mucho menos órdenes, porque su Dios les habla al oído y les promete la gloria eterna. Sólo ha existido un arma capaz de derrotar al fanatismo religioso a lo largo de la historia, y ha sido la libertad.
Almudena Grandes


El instante churchilliano de la V República
Nosotros, los ciudadanos, tenemos el deber de vencer el miedo, de no responder al terror con el espanto y de armarnos contra esa obsesión con el otro y esa ley de la sospecha generalizada que acaban siendo, siempre o casi siempre, la consecuencia de sacudidas como esta.
La unidad nacional es la idea que hace que los franceses hayan comprendido que los asesinos de Charlie no son los musulmanes, sino una ínfima fracción de los musulmanes, compuesta por quienes confunden el Corán con un manual de torturas.
Aquellos que tienen por religión el islam tienen el deber de proclamar en voz muy alta, y de forma muy multitudinaria, su rechazo a esta forma pervertida de la pasión teológico-política.
No en nuestro nombre. Ellos tienen la importante responsabilidad, ante la Historia y ante sí mismos, de gritar el Not in our name de los musulmanes británicos, que quisieron así refutar toda posibilidad de asociación con quienes habían decapitado a James Foley; pero tienen también la responsabilidad, aún más imperiosa, de declinar su nombre, su verdadero nombre, como hijos de un islam de tolerancia, paz y bondad. Hay que liberar al islam del islamismo. Es necesario repetir que asesinar en nombre de Dios es convertir a Dios en un asesino por poderes.
Bernard-Henri Lévy 


Por qué el humor nos libra de nuestros fantasmas
El humor y la sátira, que implican siempre una crítica al poder.
Si hay algo típicamente humano es el humor. No los miedos, ni la violencia, que también existen en el reino animal. Una de las manifestaciones del arte es la posibilidad de ridiculizar al poder y a nosotros mismos como antídoto contra las tentaciones de omnipotencia.
Odian a los humoristas y satíricos todos los poderes. Tanto más los odian cuanto más tiranos se muestren.
Duele la sátira porque nos desnuda, nos revela nuestros límites, castiga nuestra pretensión de creernos importantes e intocables.
Amenaza al poder porque lo coloca en sus límites ya que los que lo detentan sea en el ámbito político, religioso o cultural, pueden resbalar en la tentación de considerarse intocables.
Pocas cosas son tan liberadoras, en todos los ámbitos, como una viñeta inteligentemente sarcástica sobre cualquier poder político o religioso.
No hay prueba mejor para una democracia o institución que la capacidad para aceptar la ironía sobre lo que representa
El humor es humor y basta y puede y debe “profanar” todos los excesos de poder y prevaricación de los poderes que intentan frustrar nuestros anhelos de libertad.
El valor y la fuerza del humor radican en su misma esencia provocadora, estridente, enemiga de todo tipo de dogma.
El humor no mata. Son los dogmas, de cualquier color político y religioso los que han sembrado de cadáveres a la Humanidad a lo largo de la Historia.
La libertad es risueña; el poder de los dogmas, prohibiciones y amenazas, tiene casi siempre el ceño fruncido. No sabe reír, por miedo a desmoronarse.
Juan Arias