Tuesday, April 22, 2008

El eterno regreso de Il Cavaliere


El eterno regreso de Il Cavaliere
Ezio Mauro
En un momento de confusión y miedos, el populismo derechista y la delegación carismática en el líder que encarna Berlusconi pueden extenderse por Europa. De momento, es lo que prefiere la mayoría de los italianos

Al final, esta Italia de 2008 ha decidido elegir a Silvio Berlusconi y su derecha. Es una victoria electoral que pesará durante mucho tiempo sobre el país y sus equilibrios, y no sólo por los datos más evidentes, como la ventaja de nueve puntos sobre el adversario y el umbral de tranquilidad conseguido en la Cámara. La victoria del lunes hay que leerla como el sello de una época comenzada hace 15 años. Il Cavaliere la inauguró con su "invasión del terreno", las televisiones, la media sobre la cámara de televisión, así como con un lenguaje de ruptura, una defensa hostil de sí mismo ante la justicia de la República y la fundación de una "derecha real" que el país no había visto nunca. Quince años después, el mismo lenguaje que nos ha parecido cansado durante toda la campaña electoral, el mismo cuerpo del líder ofrecido como simulacro inmutable y salvador de la derecha, la misma retórica política centrada en el demiurgo, han vuelto a convencer, pese a todo, a los italianos, y han sellado estos tres lustros. Berlusconi ha sobrevivido a todo, gobiernos contrarios y acusaciones de delitos infamantes anuladas por un Parlamento convertido en escudo privado a su servicio, socios internacionales que han gobernado y se han retirado, un conflicto de intereses tan perfecto que ha logrado superar, intacto, las etapas políticas, y sella esa era consigo mismo, única medida auténtica de la gesta, clave suprema de la derecha, identificación definitiva entre un dirigente y el destino de la nación, según la receta del populismo más moderno.

Il Cavaliere ha creado un sentimiento común de rebelión y orden que él impulsa y agita en función de las etapas y las conveniencias, con total libertad, porque no tiene que responder a una verdadera opinión pública ni dentro del partido (que no ha celebrado ningún congreso desde 1994) ni en el país, sino que le bastan una adhesión, un aplauso, una vibración de consenso, como ocurre cuando la política se celebra a base de grandes acontecimientos, los ciudadanos se vuelven espectadores y los líderes se convierten en ídolos modernos. Unos ídolos tallados a medida de la nueva demanda, que ya no cree en formas eficaces de acción colectiva; unos ídolos "que no indican el camino, sino que se ofrecen como ejemplos". Estamos ante el fundamento del renacido populismo berlusconiano, un populismo de la modernidad, que ignora la mala experiencia del gobierno de la derecha durante un quinquenio, la edad avanzada, el desgaste repetido, la fatiga del lenguaje, el gigantismo de las promesas, las obsesiones privadas convertidas en prioridades de la República, el perpetuo arreglo de cuentas con la magistratura. Es un fenómeno que puede extenderse a Europa, porque, en momentos de globalización y desencanto cívico, puede permitir la ilusión de que simplifica los problemas y deshace con la espada del líder los nudos que se afana en hacer la política. Por eso el populismo y la delegación carismática en el líder puede servir de marco coherente a los miedos.

Italia parece andar más en busca de garantías que de cambio. Y, sin embargo, la simplificación del juego político, con la reducción drástica del número de partidos, es en realidad la primera reforma genuina de la nueva legislatura y corresponde a un vago sentimiento de los ciudadanos. El resultado es un sistema centrado en dos grandes partidos que se disputan el gobierno y que reproducen en el nuevo siglo el dúo derecha-izquierda con arreglo a una nueva declinación. La verdadera sorpresa, en la desaparición del Parlamento de todas las fuerzas que habían sobrevivido al desmoronamiento de la Primera República, es la derrota inapelable de la izquierda radical dirigida por Bertinotti, que no ha entrado en las Cámaras: seguramente porque los ciudadanos creen que los partidos del Arco Iris son responsables del juego de vetos, ataques, críticas y reservas que ha paralizado y asfixiado al Gobierno de Prodi. Por otra parte, tenemos la esperanza de que Berlusconi -que al obtener su tercer mandato se ha librado del terror de tener que rendir cuentas a la justicia republicana- sienta la ambición de gobernar de verdad, de descubrir el interés general tras el abuso de unos intereses completamente privados. Si es así, será positivo para el país, que ya no tiene tiempo ni ocasión que perder.

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