“En 1999, cuando Democracia Social (DS) consiguió el registro como partido político nacional, me integré a su comisión ejecutiva como secretario de Relaciones Internacionales. Ya he hablado sobre la experiencia de DS y de cómo surgió, casi de inmediato, una división entre los “güeros”, académicos con educación universitaria y con posgrados en el extranjero que tenían una idea más o menos moderna de lo que debe ser un partido de izquierda; y los “apaches”, con más experiencia como militantes de organizaciones sociales, algunos procedentes del Partido Comunista y de sus distintos avatares, otros ex operadores del Pronasol que, en general, tenían una visión más tradicional de la política, una más orientada al “chambismo” y al agandalle. Ninguna manera quiero decir que fue una guerra entre güeros buenos y apaches malos. Los güeros pecaron de soberbia excesiva desde el primer día, además de asumir la típica actitud “progre” de “espíritu de cruzada” que tanto detesto. No faltaban entre ellos algunos oportunistas y corruptos. Entre los apaches había uno que otro con buenas ideas y con trabajos políticos respetables. Eso sí, tanto tirios y troyanos asumían esa molesta actitud solemne de tomarse demasiado en serio -que tanto afecta a nuestros políticos e intelectuales- y de pretender ser los “padres de la Patria” y los inventores del hilo negro. Pese a contar con una amplia trayectoria como apache, su servidor no pertenecía a ninguno de los dos grupos. De hecho, mi vocación socialdemócrata ya empezaba a menguar. Campeaba en mi ánimo un agudo cinismo. En el mítico Seminario de la Trinidad, celebrado en 1996 en este balneario tlaxcalteca y que, según cuenta la leyenda, dio origen al partido, presenté una ponencia intitulada “¿Vale la pena ser socialdemócratas?” en donde exponía la aguda crisis que ya entonces aquejaba a esta opción política. Poco caso me hicieron. Aún así le entré con mis cuates, pero yo más en el ánimo de vacilar y de pasármela cool. Mi propuesta, ya como militante del partido, era postular a Muñoz Ledo a la presidencia en una estrategia muy pragmática a la que bauticé como “el oso del pandero”. Consistía en utilizar el reconocimiento político que, a la sazón, aún gozaba Porfirio como progenitor de la socialdemocracia mexicana, pasearlo por todo el país tal y como hacen los circos ambulantes con los osos que tocan el pandero para exhibirlo como atracción pública, asegurar el registro y, de ahí, encerrar a Porfirio en un psiquiátrico. Me volvieron a ignorar. Los inocentes güeritos creían que Jesús Silva Herzog iba a ser su candidato. Como se sabe, sólo fueron cruelmente utilizados. Después se les ocurrió tratar de postular a Patricia Mercado, ¡ah! pero no contaban con la perfidia de quien fue el gran lastre del partido: su presidente, Gilberto Rincón Gallardo. En efecto don Gil y su inmensa vanidad plantearon un problema desde el principio y es que DS nació bastardeado por la corruptora ley electoral que impera en México y que obliga a los partidos a celebrar una serie de onerosas asambleas para obtener el registro y, además, le otorga a los partidos que han obtenido el registro recursos económicos excesivos antes de que demuestren en las urnas su presencia (o ausencia) real ante la sociedad. Lo primero orilla a pactos corporativos y de otra índole, con lo que se pierde la sustancia ciudadana que debe tener un partido moderno, y lo segundo provoca que a los partidos se acerquen una caterva de vividores que sólo buscan hacer su modus vivendi a costa de las prerrogativas. ¡Vaya infames!
Ricardo Raphael y ese cuatito violento e intolerante suyo que es Sergio “porro” Ramírez se enojan y me amenazan con abogados y tremendos castigos cada que se los recuerdo, pero ellos saben perfectamente bien que la Secretaría de Gobernación instruía a autoridades locales para que ayudaran a DS en la celebración de las asambleas. Eso me consta y les consta a todos los ex dirigentes del partido. Obviamente, una organización así nace con deudas demasiado tenebrosas que tarde o temprano se deben pagar. A DS le tocó pagar cuando, después de que se desechó la candidatura del oso del pandero y de que Silva Herzog nos tomara el pelo y nos dejará como las novias más pendejas del pueblo, y todo parecía apuntar hacia una candidatura de Patricia Mercado, don Gil salió con que él reclamaba la candidatura para sí, a pesar de que había reiterado que se abstendría de participar en el proceso. Para conseguir su propósito, Gil empezó una vergonzosa campaña de chantajes, dramas, lloriqueos, corrupciones y traiciones indignos del tenaz y estoico luchador social que se supone este señor era y que desembocaron en su imposición como candidato. Don Gil es uno de esos pequeños personajes que abundan en la izquierda mexicana. Dueño de una vanidad desproporcionadamente más grande respecto a sus méritos reales, fatuo y egocéntrico, don Gil utilizó al partido para alcanzar objetivos personales. Todo en él es fama pública. No es ni un intelectual brillante, ni un político destacado, ni un tribuno carismático. Su éxito en el debate presidencial se debió a que, por lo menos, tuvo la lucidez de hacer caso a los güeros, que le plantearon como estrategia usar un discurso novedoso sobre derechos de las minorías, legalización de drogas, derechos de las mujeres y otros temas que habían sido tradicionalmente soslayados del debate público nacional. De hecho, la gran aportación de DS fue esa, e indiscutiblemente fue mérito de Ricardo Raphael, Jorge Javier Romero, Jorge Hernández Tinajero, Hernán Gómez. La novedad de este discurso dirigido a las minorías “modernas” prendió muy a pesar de don Gil, que pretendía utilizar un discursito panfletario de izquierda más tradicional, ya saben “obreros, campesinos, estudiantes, todo el pueblo, al poder”.
Muchos errores se cometieron en la campaña. En lo personal, diré que fue una gran experiencia que me enseñó a desconfiar de la ley electoral, a calcular los limites y alcances del discurso “progre” y a lamentar la excesiva solemnidad de los “intelectuales” de mi generación. Son unos petulantes. Perdimos por un pelo el registro. Lástima. Por mi parte, participé poco en la campaña. Tipos mesiánicos como Rincón me repelen. A regañadientes supo aceptar el discurso que le pospusieron. Tras la elección, no tardó en enseñar el cobre aceptando el primer huesito que le ofreció Fox, a quien había denostado durante su campaña como un “peligroso y autoritario populista de derecha”. ¡Hipócrita! Qué chiquitos son nuestros políticos y a qué personajillos tan mediocres encumbramos ante lo oprobiosos que son los demás. También contribuyó a mi apatía el lamentable desempeño de Ricardo Raphael como secretario general del partido. Fue autoritario, arrogante y personalista. Tuve serias diferencias con él, sobre todo respecto a la dirigencia en el DF, la cual no conseguí debido a que los güeros desconfiaban de mi abierta posición pro Porfirio. ¡Vaya demócratas! Además, Ricardo se rodeó de incondicionales tan prepotentes como aduladores. Francamente se trataba de una tribu deleznable. Se sentían adalides inmortales de la democracia cuando sólo eran una punta de chavitas y chavitos ignorantes y fatuos. Como secretario de Internacionales, y atendiendo la dura tarea de divulgar por el orbe la muy vernácula idea de la socialdemocracia, viajé a Buenos Aires, Bruselas, París, Londres, Washington, Ámsterdam, Rio de Janeiro, etc. Pero hacer mi chamba sólo me granjeó reproches de parte de los grillos del partido. ¿Porque viaja tanto?, preguntaban abierta o soterradamente. ¿Pero que esperaban los imbéciles? ¿Qué el secretario de Relaciones internacionales promoviera al partido en Tlapan y la Colonia del Valle?
Como siempre me pasa, me dio por hacer chistes de la campaña y de su insigne candidato. Estando en Washington don Gil insistió mucho en visitar el Lincoln Memorial. Fuimos a que el candidato depositara un ramo de flores. Cuando salíamos del acto, los periodistas me preguntaron por qué había ido justo ahí. “Muy fácil, no ven que es el Lincoln…pleto?' En otra ocasión asaltaron a nuestro candidato a mano armada a las afueras de su domicilio. Se llevaron su camioneta y dejaron tirado a Rincón en el suelo quien, furioso e impotente, gritaba a sus atracadores mientras estos se alejaban a toda prisa, “Ya verán, sinvergüenzas, ya los alcanzará el largo brazo de la justicia”. En su visita a la UNAM, de donde fue expulsado de forma violenta, varios porros del CGH empezaron a arrojar botellas hacia donde estaba el candidato. 'Cuidado Gil, no vaya a ser que una botella te pegue y te desfigure el rostro', advertí con tono inocente. Por este estilo y aún más sangrones todavía eran mis chistes. Un humor negro que mucho molestaba a mis ñoñazos correligionarios. DS cayó víctima de una ley corruptora, de la vanidad de Alcocer y Gil, del oportunismo de los apaches y de la soberbia de los güeros. Es cierto que, en alguna medida, gracias a estos últimos brotaron a la palestra pública temas nuevos, pero también es verdad que estos muchachitos cayeron en la autocomplacencia, se enamoraron de sus temas y convirtieron en monotemáticos los esfuerzos posteriores que han emprendido para construir un partido pretendidamente socialdemócrata (México Posible, Alternativa facción anti Begne). Por mi parte, es cierto que aporté poco a DS, pero es que es muy escaso lo que se puede colaborar siendo secretario de relaciones internacionales de un partido en gestación. Lo único que se puede hacer es viajar mucho, y yo viaje mucho. Cumplí con mi sagrada obligación. Hice lo que me correspondía ¿O no?”.
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