En México, el uso del ejército para cubrir debilidades, errores, corrupción y abusos de la dirigencia política no fue frecuente pero tampoco raro. Ahí está la matanza de León por el ejército el 2 de enero de 1946, producto de un fraude electoral que al final no pudo sostenerse. Algo similar volvió a ocurrir en la plaza de armas de San Luis Potosí el 15 de septiembre de 1961, cuando se recurrió a la violencia para reprimir la protesta de los navistas por un fraude electoral. A la matanza que el ejército ejecutó el 30 de diciembre de 1960 en Chilpancingo le seguiría otra en Iguala y a la Asociación Cívica Guerrerense se le negó cualquier triunfo electoral; ahí se planteó la semilla de la guerrilla de Vázquez y Cabañas. El México en que actuaría esa guerrilla sería el urbano conmocionado y afectado por otra hasta el día de hoy: la masacre del 2 de octubre de 1968. A esa represión le siguió la guerra sucia de los años setentas y la decadencia del sistema priísta.
Conviene recordar que no se repita el 7 de junio de 1952 cuando la protesta de los partidarios de Henríquez en la Alameda fue aplastada por los guanacos: carros blindados de la Brigada Motomecanizada, policías y soldados. Tras seis horas, con un saldo indeterminado de muertos y heridos, se impuso la verdad oficial: el triunfador era el candidato del presidente Adolfo Ruiz Cortines y no el de oposición.
Conviene recordar que no se repita el 7 de junio de 1952 cuando la protesta de los partidarios de Henríquez en la Alameda fue aplastada por los guanacos: carros blindados de la Brigada Motomecanizada, policías y soldados. Tras seis horas, con un saldo indeterminado de muertos y heridos, se impuso la verdad oficial: el triunfador era el candidato del presidente Adolfo Ruiz Cortines y no el de oposición.
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