Miguel Ángel Granados Chapa
8 de abril de 2008
Bendito lavado de dinero
La generosidad de los narcotraficantes a que aludió el presidente de los obispos mexicanos es en realidad un delito, último eslabón de la cadena delictiva que produce recursos ilícitos
El presidente del Episcopado mexicano, Carlos Aguiar, hizo el viernes un peligroso pronunciamiento sobre el narcotráfico. Exageraría si digo que lo bendijo, pero se hizo lenguas de la generosidad de los traficantes de drogas que hacen obras en las comunidades en que actúan "y a veces también construyen alguna iglesia o capilla". Se ufanó de un logro difícil de comprobar: que tras el llamado eclesiástico a esos delincuentes, para que se arrepientan, "ha aumentado el número de quienes buscan alejarse de esa actividad" y lo comunican a sacerdotes. Por eso hasta abogó por los practicantes de ese ruin negocio. Llamar generosidad al dispendio de narcotraficantes en sus aldeas significa ignorar la naturaleza jurídica y moral de ese derroche. Se trata, lisa y llanamente, de lavado de dinero, que la ley penal define como "operaciones con recursos de procedencia ilícita". La cadena criminal iniciada con la producción de drogas no termina con su venta, sino que requiere de un último eslabón sin el cual todos los pasos previos carecen de sentido. El narcotráfico utiliza un sinfín de medios para insertar sus ganancias en el circuito legal del dinero. Uno de ellos es su falsa filantropía, su caridad fingida, que sólo con criterio acomodaticio puede ser llamada generosidad.
8 de abril de 2008
Bendito lavado de dinero
La generosidad de los narcotraficantes a que aludió el presidente de los obispos mexicanos es en realidad un delito, último eslabón de la cadena delictiva que produce recursos ilícitos
El presidente del Episcopado mexicano, Carlos Aguiar, hizo el viernes un peligroso pronunciamiento sobre el narcotráfico. Exageraría si digo que lo bendijo, pero se hizo lenguas de la generosidad de los traficantes de drogas que hacen obras en las comunidades en que actúan "y a veces también construyen alguna iglesia o capilla". Se ufanó de un logro difícil de comprobar: que tras el llamado eclesiástico a esos delincuentes, para que se arrepientan, "ha aumentado el número de quienes buscan alejarse de esa actividad" y lo comunican a sacerdotes. Por eso hasta abogó por los practicantes de ese ruin negocio. Llamar generosidad al dispendio de narcotraficantes en sus aldeas significa ignorar la naturaleza jurídica y moral de ese derroche. Se trata, lisa y llanamente, de lavado de dinero, que la ley penal define como "operaciones con recursos de procedencia ilícita". La cadena criminal iniciada con la producción de drogas no termina con su venta, sino que requiere de un último eslabón sin el cual todos los pasos previos carecen de sentido. El narcotráfico utiliza un sinfín de medios para insertar sus ganancias en el circuito legal del dinero. Uno de ellos es su falsa filantropía, su caridad fingida, que sólo con criterio acomodaticio puede ser llamada generosidad.
El mes pasado un alto funcionario del Vaticano, Gianfranco Girotti, esbozó una nueva lista de pecados capitales, añadida a los siete definidos en el siglo VI. Incluyó entre ellos el consumo y tráfico de drogas. Y bien se sabe que este pecado incluye la aplicación de las utilidades en negocios lícitos o causas compartibles. Las larguezas de los mafiosos no son bendecibles, y ni siquiera merecen mención admirativa. Hacerlo podría implicar la comisión de otra infracción penal, la apología del delito. Aunque otros obispos rechazaron la posición del presidente del Episcopado, quizá lo que éste dijo revela más el verdadero sentir del clero sobre el dinero procedente del narcotráfico y canalizado a obras pías. Se ha conocido la relación estrecha de sacerdotes con capitanes de uno de los crímenes que más dañan a la sociedad. Amado Carrillo tenía en Culiacán un cura de confianza, Ernesto Álvarez, quien lo acompañó en un viaje a Tierra Santa. Junto con el padre Benjamín Olivas explicaba su cercanía con el jefe mafioso por los óbolos que aportaba a la Ciudad de los Niños de la capital sinaloense. Posición semejante era la del sacerdote Gerardo Montaño, que recibió de la banda de los Arellano Félix donaciones para construir el ostentoso seminario del Río, en Tijuana. Aunque sería exagerado llamarlo asistente espiritual de aquella familia, era muy cercano a ella no sólo para cubrir sus necesidades sacramentales sino también las que concernían a sus intereses terrenales. Fue el vínculo entre los Arellano Félix y el nuncio Prigione, que llegó al extremo de usar su derecho de picaporte en Los Pinos de Carlos Salinas para llevar a la casa presidencial un recado de los delincuentes, que lo esperaron en la residencia del embajador vaticano.
Para escándalo de su fundador, que arrojó a los comerciantes del templo en Jerusalén, la Iglesia Católica cuenta entre las instituciones y personas que piensan que el dinero no tiene olor. El obispo de Aguascalientes, Ramón Godínez, llegó hace años al extremo de asegurar que las narcolimosnas son admisibles por el solo hecho de que su destino sean personas u obras relacionadas con la Iglesia. Sustentó así una tesis cercana a la alquimia pero distante de la teología: la trasmutación del metal maldito, porque se obtiene de la degradación y destrucción de personas en recurso santo para hacer el bien. Pese a las campañas en su contra, las mediáticas y las policiacas, el narcotráfico prospera. No sólo se expande su mercado sino que gana asentimiento en la sociedad.
Rodear a los traficantes de la muerte (pues a ella conduce con crueldad el consumo de estupefacientes) de un aura de respetabilidad, implica ensanchar sus espacios. Eso es parte de la plataforma que requieren para actuar, lejos de las batallas callejeras por el mercado. Ser benefactores, un paso que cuesta dar a los ricos que manejan dinero lícito, es no sólo sencillo sino necesario para los jefes del crimen organizado.
Para escándalo de su fundador, que arrojó a los comerciantes del templo en Jerusalén, la Iglesia Católica cuenta entre las instituciones y personas que piensan que el dinero no tiene olor. El obispo de Aguascalientes, Ramón Godínez, llegó hace años al extremo de asegurar que las narcolimosnas son admisibles por el solo hecho de que su destino sean personas u obras relacionadas con la Iglesia. Sustentó así una tesis cercana a la alquimia pero distante de la teología: la trasmutación del metal maldito, porque se obtiene de la degradación y destrucción de personas en recurso santo para hacer el bien. Pese a las campañas en su contra, las mediáticas y las policiacas, el narcotráfico prospera. No sólo se expande su mercado sino que gana asentimiento en la sociedad.
Rodear a los traficantes de la muerte (pues a ella conduce con crueldad el consumo de estupefacientes) de un aura de respetabilidad, implica ensanchar sus espacios. Eso es parte de la plataforma que requieren para actuar, lejos de las batallas callejeras por el mercado. Ser benefactores, un paso que cuesta dar a los ricos que manejan dinero lícito, es no sólo sencillo sino necesario para los jefes del crimen organizado.
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