El perro, dice Platón, es el más filosófico de los animales por su gran curiosidad olisqueante que todo lo indaga. Torstein Veblen dirige una acusación a los perros en su Teoría de la clase ociosa: “Se habla con frecuencia del perro como amigo del hombre y su fidelidad e inteligencia son elogiadas. El sentido de esto es que el perro es sirviente del hombre y tiene el don de una sumisión servil y una profundidad de esclavo para adivinar las indicaciones del amo. ¿Y quién quiere amigos así? ¿Pensamos que nuestros amigos deben ser así, obsequiosos y abyectos, sin capacidad ninguna de resistencia o crítica? ¿No es la amistad relación de iguales?”.
El perro útil, el guardián, el pastor, es una cosa, porque a fin de cuentas, trabaja, pero respecto del falderillo ocioso, sobre todo los perros bonsai –“monstruosidades caninas” los llama Veblen-, el chihuahueño pigmeo, el repulsivo pekinés y muchos otros, su valor recae “en el alto costo de su producción” y sirven, por tanto, como consumo de lucimiento, para dar status social ostentando la capacidad adquisitiva del poseedor.
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