Como ocurre de manera cíclica en los medios de comunicación, sean escritos o electrónicos, su quehacer cotidiano se vuelve noticia de tanto en tanto y pareciera que asistimos a la reinvención de los debates sobre libertad de expresión, al descubrimiento del "perverso dominio" de los barones de la televisión y la radio y, por supuesto, a la construcción mediática de la víctima y el victimario en turno.
La escandalera se produjo cuando la periodista Carmen Aristegui anunció que salía del informativo estelar de la mañana en La W, por una razón que ella misma calificó "incompatibilidad de criterios editoriales", por lo cual no le fue renovado su contrato. En realidad Aristegui era la cuota que los calculadores dueños de Prisa y socios de Televisa Radio entregaron a Andrés Manuel López Obrador, desde los tiempos de su arrasadora jefatura de gobierno en el DF. Dicen los seguidores de Carmen -que en buena medida son seguidores y simpatizantes de AMLO y lectores de La Jornada- que la "perversa derecha" se confabuló para acallar una de las voces críticas e independientes en México. Y en el bando contrario, dicen los malquerientes de Aristegui -antiamloístas y simpatizantes de Calderón- que practicaba un periodismo militante, complaciente y carente de autocrítica. Y en efecto, pudieran tener razón las dos partes, porque nadie puede negar las habilidades periodísticas de Aristegui, su preocupación por lo social, por los sin voz y los que menos tienen, pero tampoco nadie puede negar que, como el de muchos otros, el suyo es un periodismo de militancia política que incluso era elogiado por uno de los poderes en la plaza pública, mientras que en esa misma plaza ese mismo poder quemaba en leña verde a los que pensaban distinto.
Pero el problema tampoco es ese, porque los mártires de la libertad de expresión seguirán apareciendo de tanto en tanto según los humores y la desmemoria del "respetable". El problema está en otro lado, en la inmoral concentración de poder de los grandes grupos de la radio y en una legislación que les permite hacer lo que les plazca, siempre y cuando agraden al poder, sea del partido que se quiera. Lo demás parece circo mediático.
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