Embajador de la cultura zapoteca en el México moderno.
Krauze parte de una anécdota para hablar sobre la obra del escritor: "Lo encontré por casualidad hace un par de años, ante un elevador del Hotel "El Diplomático". Tenía 99 años. Era ya casi inaudible su voz rasposa y la tez se le había vuelto más rosada, pero se veía sonriente y jovial. "Andrés, déme su receta para la longevidad", le dije. "Muy fácil, al despertar hago planes muy puntuales y ordenados de todo lo que debo hacer en el día. Luego hago todo lo contrario".
Su primer libro, Los hombres que dispersó la danza (1929), recreaba las leyendas zapotecas. En "Retrato de mi madre" el idioma zapoteca se insinuaba mediante la sutil traslación del verbo al final de la frase, como por ejemplo: "Algunas tardes, en romería, íbamos al mar que a un kilómetro de la casa corre". Octavio Paz admiró siempre la modulación y dignidad de aquel relato: "Un lenguaje nítido, nunca excesivo, a un tiempo reservado y tierno, sobrio y luminoso. Una prosa de andadura ligera, que nunca se precipita y nunca se retrasa: una prosa que llega a tiempo siempre. La historia, simple y contada con palabras transparentes, provoca en el lector una emoción en la que se alía lo más antiguo a lo más fresco, como oír un cuento de otra edad del mundo. Pocas veces la prosa moderna de nuestra lengua ha logrado tal fluidez de agua corriente".
Quizá el mejor retrato de Henestrosa lo escribió José Luis Martínez, en una carta dirigida a su amigo con ocasión de sus 25 años como escritor: "Tú, Andrés, eres uno de nuestros monumentos nacionales con más estilo mexicano y por ello de los más queridos. Unos nos dan los relieves modernos (...) tú, juntando algo de los dones de cada uno de los compañeros del panteón mexicano, y añadiendo tu propio sabor, has compuesto una hermosa estatua, bronce indio, y has cumplido ya un cuarto de siglo en tu pelea por mantenerte irreductiblemente tú mismo, fiel a tu propio estilo, indio de Juchitán, hombre del pueblo, hombre de letras, hombre de México. Tan sabio de lo nuestro y de lo ajeno, y tan desorganizado; escritor de tan brioso y tenso estilo en tan pocas páginas, que las mejores las has dejado conversadas; aristócrata de lo popular, diputado permanente por tu pueblo, demagogo universal de Juchitán, barril sin fondo de chistes, de dichos y de tragos, agonizante cantador; en las encrucijadas, tú nos has recordado una sencilla lección, la fidelidad a lo mexicano. Cuando tu mito corra su propia vida, nuestros nietos nos envidiarán haber disfrutado de tu amistad"
De acuerdo a Miguel Angel Granados Chapa, Andrés Henestrosa (fue) tres veces diputado y una vez senador. Tentado por la vida pública, pudo ingresar en la Cámara por primera vez en 1958 porque un antiguo vasconcelista, Adolfo López Mateos, era candidato presidencial y alentó que antiguos correligionarios, convertidos al priismo, llegaran al Congreso. Volvió al Palacio del Factor en 1964, en la primera legislatura con presencia de opositores. No había oposición en el Senado para el que fue elegido en 1982 y a cuya tribuna volvería el 7 de octubre de 1993, al recibir la medalla Belisario Domínguez. Fue una vez más diputado en la turbulenta legislatura número 54, con amplia presencia de airados miembros de los partidos que apoyaron a Cárdenas y a Clouthier. Tenía Henestrosa 23 de edad cuando con el patrocinio de Antonieta Rivas Mercado publicó una de sus dos obras magistrales, Los hombres que dispersó la danza, una cosmogonía de su pueblo originario. Escribió la segunda de esas obras cruciales, el Retrato de mi madre, en una suerte de exilio. Es el Retrato de mi madre una de las obras que hacen de nuestra literatura una literatura nacional. Regido por el decoro, el trazo sobrio de las palabras dibuja el retrato. Sabe el lector que es el retrato de la madre de Henestrosa, pero cuando termina la lectura el retrato es suyo, del lector que pronuncia el título: retrato de mi madre, ya sin mayúsculas, con un nuevo sentimiento de unción.
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