Tuesday, September 23, 2008

1983

Los mexicanos somos despiadados con nuestros errores e indiferentes con nuestros aciertos. Con López Portillo se vio pasar la administración de la abundancia, el inmenso edificio faraónico estaba construido sobre un ladrillo: el petróleo. El presidente imperial decretó que la vida es un sueño y endeudó al país con 10 mil millones de dólares en un día y luego nacionalizó la banca. A la distancia, 1983 fue el punto de inflexión. Un sector de la izquierda reafirmó su vocación guerrillera, pero otro sector, el mayoritario, llevaba un lustro en una construcción partidaria que buscaba liberarse del sectarismo, el dogmatismo y la ineficacia. En el ámbito ideológico opuesto, el PAN comenzaba a reconstruirse. Los empresarios entendieron la necesidad de hacer política de oposición, limitar el presidencialismo y poner en práctica la Constitución. La democracia mexicana se había puesto en marcha. No era difícil justificar su necesidad histórica ni plantear sus objetivos inmediatos. Hoy la presidencia está acotada por un congreso de oposición y una opinión pública alerta; la iglesia goza y ejerce la libertad crítica que regateó en el siglo XIX. No han desaparecido los enemigos de la democracia; núcleos duros de poder que practican la coacción del voto, grupos guerrilleros, paramilitares y estudiantiles que prefieren las balas a las urnas; pero son minoritarios y avanzan a contracorriente de la historia.

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