Escribe Soledad Loaeza el pasado viernes en La Jornada:
¿Qué estará ocurriendo en el interior del Partido Acción Nacional que el presidente Calderón creyó necesario destituir al senador Santiago Creel de la coordinación de la bancada de su partido en el Senado? ¿Qué provocó que el despido fuera, además, una humillación pública deliberada? ¿Estaba conspirando el senador contra el Presidente? ¿Es un instrumento de Manuel Espino para sabotear al gobierno? ¿Creía que iba en caballo de hacienda hacia 2012?.
Algunas explicaciones se refieren a la vieja rivalidad entre ambos personajes; otras más a la popularidad del senador Creel, quien, por alguna razón oscura, sería inaceptable para el presidente. Hay quien sostiene que se le atribuye responsabilidad en los aires de derrota que soplan contra la propuesta de reforma petrolera. Incluso algunos piensan que la vida personal del senador pudo ser una de las causas de su caída. Es posible que sea todo junto. Es más o menos obvio que al partido de origen del presidente de la República le toca apoyarlo a él y a su gabinete. En principio, ellos son los ejecutores de la plataforma partidista, y, en última instancia, la suerte electoral del partido en cuestión depende en buena medida del desempeño de sus militantes en su calidad de funcionarios. Desde esta perspectiva, el vínculo entre el gobierno y el partido tendría que fortalecerse. Esto es, entre ambas instancias, presidencia de la República y partido en el poder, debe establecerse un equilibrio que garantice el buen funcionamiento de cada una de las partes, que respete su autonomía. Un presidente rehén de su partido está condenado al fracaso, de la misma manera que un partido subordinado al presidente pagará en las urnas su obediencia a la voluntad de uno solo de sus militantes.
Antes que unir al partido detrás de la silla presidencial, algo que tanta falta haría en estos momentos, Calderón y Martínez lograron distanciarse de muchos que antes, al igual que ellos, desconfiaban del “panismo hechizo” de Creel, pero que ahora le temen a lo que podría ser el “priísmo hechizo” de sus dirigentes.
Algunas explicaciones se refieren a la vieja rivalidad entre ambos personajes; otras más a la popularidad del senador Creel, quien, por alguna razón oscura, sería inaceptable para el presidente. Hay quien sostiene que se le atribuye responsabilidad en los aires de derrota que soplan contra la propuesta de reforma petrolera. Incluso algunos piensan que la vida personal del senador pudo ser una de las causas de su caída. Es posible que sea todo junto. Es más o menos obvio que al partido de origen del presidente de la República le toca apoyarlo a él y a su gabinete. En principio, ellos son los ejecutores de la plataforma partidista, y, en última instancia, la suerte electoral del partido en cuestión depende en buena medida del desempeño de sus militantes en su calidad de funcionarios. Desde esta perspectiva, el vínculo entre el gobierno y el partido tendría que fortalecerse. Esto es, entre ambas instancias, presidencia de la República y partido en el poder, debe establecerse un equilibrio que garantice el buen funcionamiento de cada una de las partes, que respete su autonomía. Un presidente rehén de su partido está condenado al fracaso, de la misma manera que un partido subordinado al presidente pagará en las urnas su obediencia a la voluntad de uno solo de sus militantes.
Antes que unir al partido detrás de la silla presidencial, algo que tanta falta haría en estos momentos, Calderón y Martínez lograron distanciarse de muchos que antes, al igual que ellos, desconfiaban del “panismo hechizo” de Creel, pero que ahora le temen a lo que podría ser el “priísmo hechizo” de sus dirigentes.
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