La elocuencia de las paredes
Muchas veces se ha dicho que las paredes tienen oídos. Pero habría que añadir a esa recomendación que en algunas ocasiones pueden tener también voz o al menos letra: hay paredes que cantan, amenazan, se burlan o celebran según el humor de quien las utiliza para comunicarse. Si nos atenemos a la crónica bíblica, el primero que hizo una pinta fue el mismísimo Jehová. Utilizó para esta inauguración la pared del salón palaciego del rey Baltasar, justamente en el momento en que este monarca poco piadoso celebraba un concurrido banquete, y escribió con letras de fuego: Mane, tekel, ufarsin. Naturalmente nadie lo entendió, pero los más despiertos comprendieron que era un negro indicio. La cosa acabó muy mal. Probablemente el género más antiguo de grafitos, después del teológico, es el pornográfico. En los muros de Pompeya se han encontrado muchos muy jugosos: "Me he jodido a la de la taberna", "Es una orden de tu carajo: hay que hacer el amor", "Teucro está enamorado". En uno de sus ensayos, Montaigne deplora los colosales falos que solía encontrarse dibujados en las paredes de las letrinas porque, según él, inducían a las mujeres a hacerse indebidas ilusiones sobre el tamaño real de los miembros masculinos...
La del 68 francés fueron reivindicaciones de lo posible más allá de limitaciones normativas ("Prohibido prohibir"), denuncias humorísticas de la rutina establecida ("Corre camarada, el mundo viejo te persigue"), exigencias desaforadas de una transformación que desbordase la verosimilitud mutilada en que vivimos ("Tomad vuestros deseos por la realidad", "Sed realistas, pedid lo imposible", "La imaginación al poder"...) Subyacía a todas ellas el impulso hedonista como subversión de un orden basado en el aplazamiento y fragmentación del placer ("Gozad sin trabas") "). A veces surgían declaraciones estéticas de una antiestética heredera de las vanguardias ("El arte es una mierda") o manifiestos elementales de un surrealismo populista ("La poesía a partir de ahora está en la calle"). En algún caso, se recurrió directamente a la voz de un poeta ("He aquí que llega el tiempo de los asesinos", un verso de Rimbaud que brindó a Henry Miller el título de su conocido ensayo y que probablemente no se refiere al aumento de crímenes, sino que celebra el regreso de los fumadores de hachís). "La esperanza es lo último que se perdió". Pero... ¿se ha perdido?
Muchas veces se ha dicho que las paredes tienen oídos. Pero habría que añadir a esa recomendación que en algunas ocasiones pueden tener también voz o al menos letra: hay paredes que cantan, amenazan, se burlan o celebran según el humor de quien las utiliza para comunicarse. Si nos atenemos a la crónica bíblica, el primero que hizo una pinta fue el mismísimo Jehová. Utilizó para esta inauguración la pared del salón palaciego del rey Baltasar, justamente en el momento en que este monarca poco piadoso celebraba un concurrido banquete, y escribió con letras de fuego: Mane, tekel, ufarsin. Naturalmente nadie lo entendió, pero los más despiertos comprendieron que era un negro indicio. La cosa acabó muy mal. Probablemente el género más antiguo de grafitos, después del teológico, es el pornográfico. En los muros de Pompeya se han encontrado muchos muy jugosos: "Me he jodido a la de la taberna", "Es una orden de tu carajo: hay que hacer el amor", "Teucro está enamorado". En uno de sus ensayos, Montaigne deplora los colosales falos que solía encontrarse dibujados en las paredes de las letrinas porque, según él, inducían a las mujeres a hacerse indebidas ilusiones sobre el tamaño real de los miembros masculinos...
La del 68 francés fueron reivindicaciones de lo posible más allá de limitaciones normativas ("Prohibido prohibir"), denuncias humorísticas de la rutina establecida ("Corre camarada, el mundo viejo te persigue"), exigencias desaforadas de una transformación que desbordase la verosimilitud mutilada en que vivimos ("Tomad vuestros deseos por la realidad", "Sed realistas, pedid lo imposible", "La imaginación al poder"...) Subyacía a todas ellas el impulso hedonista como subversión de un orden basado en el aplazamiento y fragmentación del placer ("Gozad sin trabas") "). A veces surgían declaraciones estéticas de una antiestética heredera de las vanguardias ("El arte es una mierda") o manifiestos elementales de un surrealismo populista ("La poesía a partir de ahora está en la calle"). En algún caso, se recurrió directamente a la voz de un poeta ("He aquí que llega el tiempo de los asesinos", un verso de Rimbaud que brindó a Henry Miller el título de su conocido ensayo y que probablemente no se refiere al aumento de crímenes, sino que celebra el regreso de los fumadores de hachís). "La esperanza es lo último que se perdió". Pero... ¿se ha perdido?
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