El texto del lunes de Jesús Silva-Herzog Márquez me resultó harto provocador. Imaginé el gesto de Jesús al terminar el artículo. Desconozco su manera de escribir. Si lo hace a solas y en silencio o con el movimiento de su casa a sus espaldas, si al finalizar de redactar lo escrito haya puesto un gesto solemne o una risita burlona. Hace algún tiempo sostuvo un par de rounds con Ortiz Pinchetti, ahora suelta unos buenos piconazos contra Arturo Nuñez, además de dar cuenta de un par de ideas sobre la actividad política (‘es penoso lo que las figuras públicas han hecho de sus biografías’, ‘son tiempos para la política mezquina’, o este axioma perredista: ‘la aclamación esta por encima de los votos’) y un recuento de los momentos de amlo. ¿Hasta cuando los ratoncitos amarillos seguirán encantados por el flautista de Macuspana?
Biografía y miseria política
Jesús Silva-Herzog Márquez
Reforma lunes 24 de marzo de 2008
Es penoso lo que las figuras políticas han hecho de sus biografías, pero es más penoso lo que esas biografías han hecho de la política mexicana. Ahí está el caso deplorable -y triste, me atrevo a decir- de Arturo Núñez, un reformista sensato y experimentado, curtido en el proceso de cambio electoral; un hombre que era interlocutor válido para todas las fuerzas políticas y que quemó su respetabilidad en los fuegos del resentimiento. Que haya renunciado al PRI para protestar por la candidatura de su entrañable enemigo es entendible y aún plausible. Bien hizo en salirse de un partido que postulaba a quien no le merecía respeto. Es un acto de congruencia abandonar un barco conducido por un truhán. Tampoco me parece criticable que haya aceptado la oferta de un partido al que antes había criticado. Es comprensible que quien renunciaba a un partido, ejerciera su derecho de seguir militando en política. La libertad supone ese derecho de cambiar de opinión y de trinchera. Ciertamente, habría sido bueno que el político expusiera públicamente sus razones para aceptar la invitación de quienes tildó de empresarios de la reclamación. En silencio cambió de camiseta y aceptó disciplinadamente el obsequio de una candidatura. Lo que resulta más que cuestionable es la cadena de silencios posteriores. Nada dijo Arturo Núñez frente a la mentira del caudillo perredista de que había sido víctima de un robo electoral. Pocos como él podían aquilatar la dimensión del fraude de López Obrador al llamarse "presidente legítimo". Pocos como él podían calibrar la demencia de embestir contra las instituciones que no son instrumentos de unos, sino el domicilio de todos. Y en sus silencios, Arturo Núñez se volvió cómplice de la peor agresión contra el pluralismo mexicano desde que Vicente Fox quiso eliminar a su adversario empleando los instrumentos del Estado.Son tiempos para la política mezquina. Tiempos de infamia y decepción. Quien ayudó a construir las instituciones de la democracia mexicana miró callado cómo su nuevo padrino pretendía dinamitarlas. Nada dijo Arturo Núñez de las mentiras, las incongruencias, las invenciones de López Obrador tras la votación. Nada dijo de las convocatorias a la ruptura institucional. Nada dijo de la invitación del cacique a mandar al infierno a las instituciones. Nada dijo del intento de romper la continuidad republicana el 1o. de diciembre del 2006. Nada dijo frente a ese abierto propósito de dar, desde el Congreso, un golpe de Estado e impedir el relevo presidencial. Nada ha dicho Arturo Núñez del propósito de su mecenas de bloquear por la fuerza la actuación del Congreso mexicano y de sustituir con la fuerza, la voz de la diversidad nacional alojada en el Poder Legislativo.¿Qué marañas de la historia o la psicología explican que un respetable servidor público, un político inteligente y probo se convierta en el disciplinado secuaz de un caudillo que representa las antípodas de sus convicciones esenciales? ¿Vale un asiento en el Senado esa indignidad?Ahora el taciturno lópezobradorista fue llamado a fungir de árbitro en la contienda perredista. Pero, ¿cómo se defiende la institucionalidad de un partido que se ha empeñado en demoler la institucionalidad del país, cuando a su líder se le antoja? ¿Cómo podría defender las reglas partidistas quien no protestó por la ruptura de las reglas nacionales? ¿Con qué autoridad puede defenderse la legalidad en un partido que considera Presidente a quien fue aclamado en una asamblea de simpatizantes, por encima de los votos, las actas, las reclamaciones, los recuentos, las revisiones, las declaratorias del IFE y las sentencias del Tribunal Electoral? Axioma perredista: la aclamación está por encima de los votos. El encargo a Arturo Núñez resultó una represalia a quien no tuvo el valor de defender las instituciones nacionales, cuando los suyos atentaban en su contra. Dice Núñez que la elección del PRD del domingo pasado fue una vergüenza. Parece que tiene razón. Habrá sido una vergüenza pero nadie puede decir que sea una sorpresa.El tono de la arenga de López Obrador sería catastrófico para cualquier organización política. No solamente ha proyectado el mensaje de que las reglas son estorbos o trampas, sino que ha pintado el paisaje del país con dos lápices: uno pinta a los patriotas, aquellos que le aplauden, lo vitorean y lo ensalzan. El otro pinta a los traidores, a los enemigos de México, a los cómplices de la usurpación. Naturalmente, esa narración requiere una constante actualización de lealtades y una permanente cacería de sospechosos -adentro y afuera. Los perredistas fueron cómplices de esa retórica cuando el otro era el PAN, el usurpador, el pelele, los de arriba. Ahora esa campaña los tiene en la mira. Los traidores, los "moderados" (terrible insulto), los dialoguistas son señalados como el cáncer que hay que extirpar.Incapaz de articular una explicación razonable de lo que pasa en la elección de su nuevo partido, Arturo Núñez apuntó el dedo al perverso de fuera: hay manos de fuera metidas en el cochinero. No sabemos cuáles sean los indicios de Núñez pero su búsqueda parece equivocada. Los problemas democráticos del PRD no provienen de manos -sean internas o externas. Las contrariedades no derivan de la intervención de extremidades: son efecto de un problema vertebral: un partido sin reglas, que no puede debatir sin excomuniones y cuyo gran líder es, también adentro, una figura polarizante. Pedir institucionalidad a un partido que ha mandado las instituciones al diablo es una ingenuidad. Y pedir congruencia democrática de quien ha callado frente al sectarismo es absurdo. La miseria de nuestras biografías confecciona la miseria de nuestra política.
1 comment:
Te paso el chisme de que Chucho escribe con música a todo volumen para no oir el bullicio de su casa, aunque , de plano, últimamente prefiere irse con su laptop a un Starbucks y ahi trabaja. Un día te llevo para que lo veas en plena faena.
Saludos
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