Thursday, February 07, 2008

La derrota de Chris



Muy pero muy sabrosa a estado la discusión pública provocada por la aparición del más reciente libro –‘diccionario’- de Christopher Domínguez M. Yo la verdad agradezco que nuestros escritores se agarren de vez en cuando, sobre todo porque me resulta divertidísimo, así como la manera en que cada bando se dice sus verdades.


Yo me entré de la discusión en el blog de Chucho Silva-Herzog para quien "ahora resulta que el crítico debe ser un IFE de la literatura. Reclaman a Christopher Domínguez el tratar a los escritores según el capricho de su gusto, de esconder la galería de sus afectos en la pompa de un diccionario crítico, de olvidos y maltratos imperdonables. Víctor Manuel Mendiola puede tener razón en cuestionar el título de la antología de Domínguez pero no alcanzo a entender los motivos para exigirle al ejercicio crítico la exactitud del censo. Guillermo Samperio ha pedido a la directora del Fondo que retire de circulación esta obra nociva. Yo sólo creo que hay que leerla sabiendo que no es un canon imperativo, sino lo que el propio autor anuncia: una antología personal. Entiendo que, al compilarla, el crítico es tan libre de escoger y ponderar a sus autores, como el novelista a sus personajes".


Para Víctor Manuel Mendiola el libro no es ni diccionario ni critico de la literatura mexicana:
Si leyéramos el último libro Christopher Domínguez como una reedición de muchos de los textos que ha publicado acerca de la literatura mexicana, podríamos pensar que con la nueva reunión el autor nos ofrece un panorama más armonioso de cierta parcela de sus lecturas. El reagrupamiento tendría cierto sentido y le concederíamos validez pero sin darle demasiada importancia. No es así. El reagrupamiento de las notas posee un valor que no se puede soslayar, tanto por el título como por la naturaleza del editor que lo publica. Es una publicación complaciente y plena de pretensiones que no responde a lo que debiéramos esperar de un libro con ese título comprometedor. En primer lugar, no es un diccionario. Es más bien una selección personal en la cual no es posible entender racionalmente por qué están unos autores y faltan otros. El uso de la palabra diccionario en una casa editorial con la autoridad del FCE y en el formato de diseño de la colección de los grandes diccionarios, debiera obligar a quien echase mano de ese vocablo, diccionario, y de ese epíteto, crítico, a cubrir los requisitos mínimos y aceptables del rigor. Si un estudioso hace un diccionario de botánica, no solo escoge las plantas representativas de su invernadero, sino las que están en los demás jardines. Si Domínguez dijera "Mi diccionario" o mejor aún "Mi selección", o "Diccionario de autor" , y si el FCE hubiera publicado esta obra bajo el formato de uno de tantos volúmenes de crítica, podríamos aceptarla o ponerle reparos, pero no tendría implicaciones editoriales graves. Pero al ser publicado con ese nombre ostentoso y con el anuncio del rasero "crítico" se da una valoración errónea de la literatura mexicana; se mal orienta y, peor aún, se le toma el pelo al lector. El título ostentoso no se corresponde con la selección limitada ni con muchos de los textos arbitrarios y vagos, insuficientemente procesados para un compendio de tal envergadura. Es incomprensible por qué el FCE aceptó publicar este refrito de notas.
En segundo lugar está la aritmética. Cuando el lector se percata de que Rubén Bonifaz Ñuño y Jaime Sabines tienen, el primero, una página y, el segundo, apenas un poco más de media, mientras que Enrique Krauze cuenta con diez y la mayor parte de los compañeros, amigos y directores o guías de Domínguez se llevan generosas revisiones, uno advierte que algo está torcido. A esta compilación le falta lo que tiene la crítica real: decisión para separarse de los compromisos personales y de los afectos, falta de independencia para caminar con opiniones propias. Por otro lado, cómo es posible que en un diccionario "crítico" de la literatura mexicana no estén José María Pérez Gay; Elena Poniatowska; Ángeles Mastretta; Ignacio Padilla; Sabina Berman ; Evodio Escalante (acaso el mejor ensayista de su generación); Federico Campbell; o, ya que Domínguez incluyó historiadores, cómo es posible que haya pasado por alto a Miguel León Portilla. La obra de todos estos autores nos puede gustar o no pero en un diccionario crítico deben estar ellos y otros más. Nuestra decepción crece aún más cuando advertimos que mientras Jaime Sabines, es en el tratamiento de Domínguez, un poeta priísta de clases medias, Enrique Krauze, con sus textos históricos de difusión, es un gran literato y casi un héroe de la protesta de la nacionalización de la banca. Al poeta se le juzga con martillo por sus posturas políticas y al articulista de ensayos políticos e históricos se le pone entre almohadillas por una supuesta voluntad de estilo.
Quizá otro de los problemas de este diccionario es la pretensión de Domínguez de abarcar lo que no comprende: la lírica. Él mismo ha dicho que no entiende la poesía. Si es así, ¿por qué su obstinación en dar opiniones que revelan falta de inteligencia en el entendimiento de los problemas fundamentales de la poesía? Esta insistencia muestra a Domínguez, una y otra vez, tan insensible como carente de gusto. Pero no son los disparos a tontas y locas de Domínguez lo que resulta verdaderamente preocupante, sino que el FCE en una publicación de esta clase, haya tirado por la borda la solidez editorial y haya minusvaluado a un gran número de escritores que son, en muchos casos sus propios autores. ¿Este es el diccionario critico que mostrará a la literatura mexicana en el extranjero? (Confabulario/El Universal / Sábado, 12 de enero de 2008)


Lo dicho en una demoledora carta por Guillermo Samperio:
Estimada Lic. Consuelo Sáizar (Directora del FCE):
El supuesto diccionario confirma que seguimos hundiéndonos cada vez más en el tercer mundo; quiero decir que un libro inconstante de estas características nunca aparecería en las altas instituciones editoriales de Inglaterra o Alemania, y si así sucediera es muy posible que el autor fuera ingresado a la cárcel, expulsado del país o, simplemente, tomado por loco, internado a algún nosocomio para enfermos de la mente. No es posible que le dedique diez páginas al ingeniero Krauze y dos páginas al inmortal poeta Luis Cernuda; es una ingratitud y ofensa tal exilio. Evaluando lo que está sucediendo y pasará con este diccionario apócrifo y pensando, además, en la trayectoria sinuosa y lacayuna que Domínguez Michael ha seguido, me hace pensar que este ser carece de humildad, compañerismo, sobriedad de lector, cree que toda literatura debe actuar conforme a sus ideas, le encantan las juntas cerradas, es intolerante, es el criticón o chismoso, el señor componetodo, el que pide que cambien los demás pero no él, el prefecto jactancioso, está lleno de peros, el recetador de pastillas, selectivo, fulano celoso o viejo jerarca y pretende usurpar el papel de un poder superior.
Como mexicano, como autor que ha recibido múltiples reconocimientos fuera de mi país y en él, le pido determinantemente que retire de la circulación el pseudodiccionario pues, este apóstata libro puede llegar a servir de consulta distorsionada en universidades de otras partes del mundo y para el mismo lector mexicano.
(El Financiero /17 de enero de 2008)


Y para finalizar, gracias al buen Rogelio Villarreal me entero de la critica (en la era de letras libres) hecha por Heriberto Yépez el 2 de febrero en el suplemento Laberinto:
No pido que el FCE retire el Diccionario crítico de la literatura mexicana 1955-2005 de Christopher Domínguez, como lo piden Mendiola y Samperio. Pero en algo tienen razón: el libro falló. No falló en lo estético: no sería grave. Todos escribiremos al menos un libro malo. Falló en lo esencial. Falló en lo ético. La obra será usada en cátedras y bibliotecas foráneas y paisanas. La visión que les ofrece no es responsable. El orden de las reseñas sueltas no altera el amiguismo reiterado.
Esta reunión de textos hecha diccionario no autocrítico resume su carrera. ¿Por qué las opiniones de Domínguez son centrales en nuestro campo literario? Heredó del grupo paceano-krauzeano el pulgar juicio imperial. Y los demás, entrampados por la herencia circense se autoinstalan el Status Software que les ordena temer y respetar la Gran Opinión. Siendo inteligentísimo, ¿por qué no recapacita y manda a la chingada todo el aparato que utiliza y lo está utilizando y se hace pleno escritor autónomo?
La inercia no corrige camino. Ante el rechazo, endurecen los favoritismos. No reconocer errores petrifica. Su ortodoxia ya tiene epígonos, que basan su timografía en la malaleche y la oportunitis. De verdad que da tristeza leer lo que hace con la crítica una parte de Letras Libres. Paz hacía crítica poética, inteligente y visceral. Domínguez es sólo inteligente y visceral. Sus párvulos son ya sólo vísceras sin pensar. En retrospectiva, se tiene la impresión de que Domínguez se ha convertido en su propio empobrecido discípulo.
Un texto hace ensayo, y al siguiente ¡relaciones públicas! Domínguez es desigual en lo que nunca hay que serlo: en la ética. Escribe bien: vía estilo disimula el compadrismo mexicano del que abusa. Nótese este fenómeno: ya no se le cree ni cuando dice la verdad. Cuando un narrador o poeta escribe sobre amigos, se entiende. Cuando lo hace un crítico literario profesional, se desacredita.
Domínguez, para tener lugar en la República, se hizo crítico-reseñista. Y para volverse crítico-protagonista hizo de su pluma culta pluma al servicio. En el futuro, Domínguez será usado como ejemplo de corrupción intelectual. Su gran talento no merecería ese sino.
Puede que LL encabece durante más tiempo la hegemonía literaria nacional. Pero no la lucidez o equidad. Ni mucho menos la rara belleza de la ética. LL falló. No lo aceptarán jamás. En honor a la tradición que dicen continuar deben hacer una severa revisión. Algunos lo saben en su interior. A veces la corrupción mexicana se disfraza de revista internacional. De no hacerlo forjarán destino como miembros distinguidos del cacicazgo yuppie, sobrino bonito del PRI mental.

No comments: