Friday, February 11, 2005

Primer cuento (para meterle tijera)

MUJER HECHIZO

- Una vela amarilla, una color celeste y otra blanca, un frasquito de aceite de rosas, un medio litro de agua de rosas, un frasquito de aceite de Pachulí...
- Tengo un aceitito que ya viene preparado, Seño -
Apenas escuchó las palabras de la vendedora y Margo sintió como su rostro se enrojecía. Distrayendo la mirada hacia otros puestos buscaba una respuesta que no la avergonzara, algo que fuera creíble y que a su vez justificara la compra que se disponía a hacer.
- ¿Perdón? -
- Si, para que ya no batalle, si no va a tener que hervir los aceites y de aquí a que consiga las hierbas que le faltan -
- No, creo que se confunde, es nada más para aromatizar la casa es que - la mentira que estaba a punto de decir, la volvió distinta, inclino coquetamente la cabeza y sonrió - a mi esposo le encanta que la casa huela bien -
Margo se sintió satisfecha y hasta le gustó la forma en que había salido de su boca lo de "mi esposo" se escuchó a sí misma convincente, segura, nada más le faltaba traer un anillo de matrimonio para que la historia cuadrara perfectamente.
Caminó rápido, intentando hacer el menor tiempo posible y llegar a su casa para iniciar uno de los tantos ritos que Doña Crucita le había recomendado "las cartas no mienten, aquí se ve todo bien clarito, mira, aquí está... un hombre moreno piensa en ti" y Margo recorrió mentalmente con cuanto hombre moreno convivía diariamente, el vecino o el de Contabilidad, o el nuevo del cuarto piso, o el Ingeniero, o el Licenciado, o el "Erre" de la revista de citas y encuentros amorosos.
- Te voy a dar un librito en el que vienen unas recetas buenísimas para que encuentres al amor de tu vida, no falla, nada más que hay que hacerlo con mucha fe -
Llegó con los brazos agotados de cargar un par de redes llenas de hierbas, rosas, aceites y aguas aromáticas, por fin había conseguido todo, no faltaba nada, inclusive los pétalos de lirio, los cordones, el incienso y los retazos de telas rojas. No podía fallar. Sin embargo, aún quedaba la duda sobre la fe, porque Doña Crucita lo había sentenciado de manera tajante "nada más que hay que hacerlo con mucha fe" los deseos estaban, Margo soñaba cada noche con el hombre de sus sueños, el que sabría como tocar su cuerpo, recorrerla de pies a cabeza llenándola de besos tiernos y cariñosos, palmo a palmo como decían en las canciones o como lo había visto en las películas. Él se acerca, toma el rostro entre sus manos y suavemente posa sus labios en los de ella, sellando en ese beso un amor eterno.
Lo del deseo estaba más que probado, aunque ella lo negara frente a los demás, lo que no podía asegurar era el asunto de la f. No sabía con certeza si los rituales y hechizos los hacía como un recurso alternativo o si tenía la suficiente convicción para poner en ellos toda su esperanza.
Ese día era perfecto, viernes y con luna llena, las velas, su foto y el plato blanco.
Margo escribió en cada una de las velas, en la amarilla, en la celesta y en la blanca una hoja con la petición "El amor llegará porque así lo deseo". Colocó el papel sobre el plato blanco, encima las tres velas y al centro la fotografía que le había arrancado a una de sus identificaciones viejas.
Vació alrededor de las velas un poco de miel de abeja, colocó tres ramas de canela y encendió las velas repitiendo el ruego. Las velas se consumían poco a poco mientras ella repetía en voz alta unas y en silencio otras la oración que le habían instruido. Al terminar envolvió los restos de la cera, el papel y la fotografía en un paño rojo que a la luz de la luna enterró en una maceta de albahaca.
Aun antes de dormir en su cabeza la petición continuaba "El amor llegará porque así lo deseo"
A la mañana siguiente, como en muchas ocasiones después de un ritual como el que había realizado, se sentía distinta, tal vez atractiva o con un magnetismo. Le parecía que las miradas se dirigían a ella. Estaba segura de que todos los hombres se volvían al mirarla pasar mientras Margo caminaba con cierto aire de sensualidad jugando con su cabello o entreabriendo los labios cuando aparentaba mirar distraída por la ventana del camión.
Lo cierto es que los días pasaban sin sorpresas ni hombres apuestos o citas amorosas. No era que el hechizo hubiera fallado, era que todavía faltaban tres viernes para completar el ritual. De cualquier forma, no estaba de más vaciarse en el cuerpo, después de cada baño, el té de los pétalos de nueve rosas blancas y luego untarse de aceites de sándalo, jazmín y pachulí que ella misma había preparado la noche de luna llena "Reclamo las caricias del amor para mi alma y mi cuerpo". Repetía la plegaria mientras vaciaba el aceite en sus manos y frotaba en cada parte de su piel, iniciando por la espalda y continuando con los brazos y los senos, sintiendo como poco a poco el roce de sus manos y la reacción de aceite en su piel la volvía suavísima y tibia mientras el vapor se escapaban hasta empañar la habitación completa.
No descartaba ninguna sugerencia, lo único que le hacía falta era que alguien le obsequiara el San Antonio que tanto necesitaba, pero esa opción estaba descartada, pues el sólo hecho de imaginarse pidiéndole a alguien que se lo regalara le hacía avergonzarse de sí misma, así que de momento, habría de conformarse con los hechizos de libro de Doña Crucita y tener fe, mucha fe.
Pasaron los cuatro viernes, se acabo el aceite y los tés de rosas, cumplió cabalmente las oraciones y no pasaba nada, ni el de Contabilidad, ni el Ingeniero, ni el Licenciado pasaban de un cotidiano y formal saludo, no hubo invitaciones o miradas cruzadas intencionalmente. Algo había fallado, el día, tal vez no había sido suficiente la miel o tal vez se trataba de la cuestión de la fe.
Margo no descartaba la opción de Erre, tenía más de medio año recibiendo y enviando periódicamente cartas que pasaron con el tiempo de lo trivial a lo íntimo. Él ya sabía de su buen sazón, su trabajo y lo mucho que cuidaba sus peces. Ella a cambio, sabía de él su pasión por los toros, aprendió algo de lenguaje taurino y hasta llegó a asistir a una corrida para conocer un poco sobre la fiesta de la que tanto le hablaba. En ocasiones, cuando se encontraba en su escritorio, Margo se imaginaba a Erre corrigiendo la contabilidad de la empresa en la que trabajaba "ahorita se debe estar preparando para ir a comer a su casa". No habían intercambiado teléfonos ni fotografías, una insistencia de parte de él por conservar el encanto del misterio, de alimentar la imaginación con la fisonomía o el timbre de la voz habían acabado por convencerla.
Infructuosamente había intentado incitar a Ramiro/Erre a un encuentro, ya había pasado mucho tiempo y era el momento de conocerse y decepcionarse o cumplir las expectativas. Después de varias cartas, él acepto.
Margo le dio su teléfono, habría que darle celeridad al evento y en cartas hubieran demorado más tiempo los preparativos. La noche en que recibió la llamada no pudo dormir, su voz se le quedó grabada, serio y sin aspavientos pero con una risilla queda que terminó por maravillarla. Era el hombre perfecto, así que la semana anterior a la cita, se esmeró con sumo cuidado en los hechizos y rituales de Doña Crucita. No le importó instalar en su oficina un plato con manzanas rojas que nadie se atrevía a tocar ante la mirada hosca de Margo, la vela roja y los inciensos con aroma a canela y nuez moscada.
Ahora si lo hacía con fe, estaba cien por ciento convencida de que daría resultado, Ramiro era el hombre que Dios le tenía destinado "Señor, sé que quiero amar y que hay alguien que está dispuesto a entregarse a mi corazón. Deseo que llegue lo más pronto posible". Ese día, lo que le llevó un poco más de tiempo fue arreglarse el rostro y el peinado, por fin se decidió por un maquillaje discreto que resaltara sus ojos grandes y procuró, con ayuda de lápices y pinceles hacer sus labios más carnosos, mientras el cabello recogido en una coleta pendía en graciosos caireles sobre su nuca.
Llegó al restaurante que habían acordado, él debía haber llegado ese mismo día por la mañana a la ciudad y en la llamada que ella había intentado memorizar, le había explicado la forma de llegar al lugar que había elegido, él debía encontrarla en una mesa junto a una de las ventanas que daban a la calle, le habló de su vestido de flores azules y del libro y la rosa que colocaría sobre la mesa para que la identificara.
Nerviosa, tomaba el libro, lo colocaba de un lado, al frente, intentaba leerlo mientras bebía una copa de vino. El temblor en sus manos aumentaba con cada hombre solitario que ingresaba al lugar, pero uno tras otro, se acumuló la desesperación y el desencanto al ver que los minutos pasaban sin que él llegara. Finalmente, tras una hora y media de espera decidió marcharse, era la cuestión de la fe, o no había nadie para ella, o Dios le tenía a otro hombre destinado, o Ramiro la vio y terminó defraudado, o nunca hizo el viaje, o...
Tomó su libro y la rosa y caminó rápidamente a la salida, sentía como si todos los comensales conocieran su historia y se burlaran de ella por su fallido intento, como si todas las miradas la persiguieran mientras ella se esforzaba por limpiar sus lágrimas.
Mientras Margo abordaba el taxi que la llevaría a su casa, un hombre entró al restaurante, buscando entre la gente, asomándose a las mesas buscando a la mujer que había citado, a la que encontró en la barra bebiendo un coctel y con quien se marchó tomándole de la cintura y diciéndole frases dulces al oído.

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