Wednesday, September 30, 2015
Thursday, March 19, 2015
Periodismo y otras notas
El periodismo complaciente no le
sirve a nadie, excepto a los que hacen dinero y trafican influencias con él.
La función del periodismo en una sociedad abierta es
investigar, poner los acontecimientos en su circunstancia, crear contexto y
abrir espacios para la deliberación. Ese periodismo, aunque hay quienes lo
abominan, satisface las expectativas, en materia de información, de un segmento
muy importante de nuestra sociedad. Su presencia en la vida pública es
importante y es necesaria.
Raúl Trejo Delarbre
En México el ejercicio de la
libertad de prensa pasa a menudo por la voluntad empresarial que la patrocina. En
forma escalonada con frecuencia la empresa periodística a su vez, obra así
porque es altamente dependiente con otro patrón: el régimen político que a
menudo la influye y determina con publicidad gubernamental, utilizando los
recursos públicos (en una relación cómplice y corrupta) como premio o castigo. Si
el periodismo no es labor de aduladores sino de uno de los más poderosos
recursos para develar y acotar las entrañas del poder político con que cuentan
las sociedades democráticas, a menudo su ejercicio incomodará los intereses
espurios que tratarán de acallarlo. Se precisa tomar en cuenta lo anterior para
no simplificar “entre particulares” la relación del periodista y la del
empresario que le publica lo que escribe (o por extensión lo que el periodista
radiodifunde). En todas sus modalidades, pero particularmente en estas últimas,
se explota de manera regulada constitucionalmente una concesión de un bien
público y el Estado mexicano debe salvaguardar derechos constitucionales
humanos, de libertad de prensa, de derecho a la información y de las
audiencias, amén de los contenidos en la Ley Federal de
Telecomunicaciones.
Guillermo Colín
Tuesday, February 03, 2015
¿Qué es el poder?
Es la capacidad de una persona o una
organización para hacer que otros hagan o dejen de hacer algo, ahora o en el futuro.
“El poder se ha hecho más fácil de obtener, más difícil de usar y más fácil de
perder”
Mejorar, fortalecer, modernizar y
adecentar los partidos políticos. Pocas instituciones hoy en día son tan
despreciadas y vilipendiadas como los partidos. Las personas decentes
sienten que son antros de corrupción, oligarquías
excluyentes. Poca gente piensa que los partidos están al servicio de los
intereses colectivos. Muchos solo existen para enriquecer a sus dirigentes. Se
han ganado su mala reputación, pero la energía política, la participación,
tiene que terminar en algo concreto que puede ser un cambio en las políticas
públicas, un cambio en las instituciones, un cambio en la manera de gobernar, o
un cambio de los gobernantes. Todo eso es lo que en teoría deben hacer los
partidos políticos. Interpretar, agregar y canalizar las preferencias y
necesidades de la comunidad a la que sirven. No puede existir una democracia
sin partidos políticos.
En otros países los partidos monolíticos, permanentes, potentes, históricos e impenetrables –como
los que ahora hay en México– desaparecieron… De ninguna manera estoy diciendo
que debamos fortalecer a los partidos políticos existentes con todos los vicios
que acumulan y que los hacen inaceptables para la gran mayoría de la sociedad.
Estoy argumentando que la gente honesta y comprometida tiene que
inscribirse y participar en partidos políticos o crear nuevos partidos que no
tengan los defectos de los partidos tradicionales. Deben ser más
dinámicos y ágiles, más horizontales, más innovadores y más transparentes y más
capaces de recoger el sentido y las necesidades de la población y
transformarlos en un plan de acción y agendas para gobernar.
Moisés Naím.- Vía LetrasLibres
Monday, January 26, 2015
Elogio de la irresponsabilidad
Elogio de la irresponsabilidad
Jesus Silva-Herzog Marquez
No la del
cirujano, ni la de quien maneja un coche, ni la del gobernante. Tampoco la del
constructor o el cocinero. Irresponsabilidad para el creador, para el crítico,
para el humorista. Irresponsabilidad plena, total. Pongamos tras las rejas al
ingeniero que levanta un puente endeble.
Dejemos sin
empleo al doctor que olvida el bisturí en la barriga del operado. Votemos
contra el político que nos lleva a la ruina. Pero cuidemos el atrevimiento
crítico, la insolencia del humorista, la denuncia hiriente. Que no ha de haber
código para el arte, ni reglamento de lo risible, ni estatuto para la sátira ha
de decirse nuevamente porque han vuelto quienes piensan que hemos de servir
sólo a la cordura, al cálculo, a la ética de las consecuencias.
Monástica es
una sociedad monopolizada por la compostura. Levantarse a la hora justa,
participar en los rituales cotidianos, hablar siempre en voz baja y cuando es
permitido, no desentonar jamás en el coro, acatar el tabú como el dictado de
una segunda fisiología.
Tragarse la opinión
propia en aras de la tranquilidad, renunciar a la controversia, halagar los
prejuicios. Un código estrictísimo regula cada acción y cada expresión de la
vida conventual. Todos han de actuar responsablemente.
Cada monje
sabe que el monasterio se mantiene por su disciplina. Cualquier desacato sería
catastrófico. Por ello no puede haber ahí espacio para la burla, inaceptable
sería una parodia de los textos sagrados, un dibujo ofensivo, una invectiva
contra algún monje odioso.
¿Un cabaret
dentro del convento? ¿Grafiti en el altar? ¿Anotaciones satíricas al margen de
las Escrituras? Una sociedad disciplinaria niega los provechos de la expresión
libre, el servicio de la controversia. En cada fricción ve una amenaza, en
cualquier polémica un peligro.
Cuidar el
claustro es fustigar al crítico que se nos asoma por dentro, es callar al
burlón que detecta la presencia de lo ridículo, es hacer de la duplicidad la
norma soberana del trato.
Hay quien
pretende hacer del código monástico, el estatuto de nuestra sociedad. No seamos
salvajes, nos dicen: limitémonos, cuidemos lo que decimos, lo que escribimos,
lo que pintamos. La insolencia es inaceptable, la provocación un pecado.
Quien ofende
merece la cachetada del ofendido decía recientemente el Papa y hay quien celebra
tan aberrante argumento. Lo mismo dicen quienes atribuyen a la vestimenta de
las mujeres la violación que sufren. Usaba minifalda, me provocó.
Insultó a mi
dios, me provocó. El objetivo de Francisco es claro: proscribir la blasfemia.
Cruzados por conflictos, hemos de actuar todos con responsabilidad. Amenazados
por la violencia, hemos de actuar siempre con responsabilidad. Cuidar el
derecho a blasfemar es cuidar uno de los principios esenciales de la sociedad
abierta.
Los nuevos
censores quisieran que todos renunciáramos a la opinión hiriente y que nos
paralizáramos nuevamente por la idea que alguien tiene de lo sagrado. Ése el
costo de la convivencia, dicen. Si a alguien lastima mi opinión es causa
suficiente para silenciarla.
Antes de
hablar, debo calcular responsablemente el efecto de lo dicho. Si mi idea no
aporta nada al otro, no merecería voz. Es vanidad la expresión que no
contribuye al bienestar del mundo. Y si, a juicio de alguien, lo entristece, ha
de ser excluida.
¿Ha de
someterse la expresión independiente al código de la responsabilidad? No.
Irresponsables han sido siempre las palabras que desafían la opinión común, las
imágenes que cuestionan los prejuicios profundos, los argumentos que destrozan
esas fantasías que sellan identidad.
Irresponsable
es la denuncia que amenaza la concordia, que ofende al poderoso.
La sociedad
monástica nos imagina a todos como soldaditos de la convivencia: guardianes de
una ciudad amenazada. Habrá que recordarle a los republicanos de la autocensura
que necesitamos también críticos que denuncien los dogmas.
Y que no hay
denuncia de los prejuicios que no lastime. Un crítico no puede renunciar al
ácido de su pluma sin renunciar a su cometido. Un artista ha de ser libre para
profanar lo venerable. Un cartonista ha de ser inclemente en su burla.
Irresponsables que han de desentenderse del efecto de sus expresiones.
Las buenas
maneras tendrán su sitio pero ese sitio también tiene límites. Los templos de
la irreverencia son tan necesarios en la ciudad como los templos de la
devoción. ¿Sería habitable una sociedad poblada sólo por circunspectos? Que la
prudencia sea un valor no quiere decir que sea el único, ni el supremo en todos
los ámbitos de la vida.
La risa, la
invención y la denuncia suelen nacer de una insolencia.
Monday, January 12, 2015
Humor y terrorismo
En El País
Mientras nuestra seguridad dependa
de la voluntad de un par de fanáticos religiosos dispuestos a entregarse al
martirio con alegría, las exhibiciones de fuerza sólo servirán para recortar
los derechos de todos.
Los mártires no necesitan recibir instrucciones,
mucho menos órdenes, porque su Dios les habla al oído y les promete la gloria
eterna. Sólo ha existido un arma capaz de derrotar al fanatismo religioso a lo
largo de la historia, y ha sido la libertad.
Almudena Grandes
El instante
churchilliano de la V República
Nosotros, los ciudadanos, tenemos el
deber de vencer el miedo, de no responder al terror con el espanto y de
armarnos contra esa obsesión con el otro y esa ley de la sospecha generalizada
que acaban siendo, siempre o casi siempre, la consecuencia de sacudidas como
esta.
La unidad nacional es la idea que
hace que los franceses hayan comprendido que los asesinos de Charlie no son los
musulmanes, sino una ínfima fracción de los musulmanes, compuesta por quienes
confunden el Corán con un manual de torturas.
Aquellos que tienen por religión el islam tienen
el deber de proclamar en voz muy alta, y de forma muy multitudinaria, su
rechazo a esta forma pervertida de la pasión teológico-política.
No en nuestro nombre. Ellos tienen
la importante responsabilidad, ante la Historia y ante sí mismos, de gritar el
Not in our name de los musulmanes británicos, que quisieron así refutar toda
posibilidad de asociación con quienes habían decapitado a James Foley; pero
tienen también la responsabilidad, aún más imperiosa, de declinar su nombre, su
verdadero nombre, como hijos de un islam de tolerancia, paz y bondad. Hay que
liberar al islam del islamismo. Es necesario repetir que asesinar en nombre de
Dios es convertir a Dios en un asesino por poderes.
Bernard-Henri
Lévy
Por qué el humor nos
libra de nuestros fantasmas
El humor y la sátira, que implican
siempre una crítica al poder.
Si hay algo típicamente humano es el
humor. No los miedos, ni la violencia, que también existen en el reino animal.
Una de las manifestaciones del arte es la posibilidad de ridiculizar al poder y
a nosotros mismos como antídoto contra las tentaciones de omnipotencia.
Odian a los humoristas y satíricos
todos los poderes. Tanto más los odian cuanto más tiranos se muestren.
Duele la sátira porque nos desnuda,
nos revela nuestros límites, castiga nuestra pretensión de creernos importantes
e intocables.
Amenaza al poder porque lo coloca en
sus límites ya que los que lo detentan sea en el ámbito político, religioso o
cultural, pueden resbalar en la tentación de considerarse intocables.
Pocas cosas son tan liberadoras, en
todos los ámbitos, como una viñeta inteligentemente sarcástica sobre cualquier
poder político o religioso.
No hay prueba mejor para una
democracia o institución que la capacidad para aceptar la ironía sobre lo que
representa
El humor es humor y basta y puede y
debe “profanar” todos los excesos de poder y prevaricación de los poderes que
intentan frustrar nuestros anhelos de libertad.
El valor y la fuerza del humor
radican en su misma esencia provocadora, estridente, enemiga de todo tipo de
dogma.
El humor no mata. Son los dogmas, de
cualquier color político y religioso los que han sembrado de cadáveres a la
Humanidad a lo largo de la Historia.
La libertad es risueña; el poder de
los dogmas, prohibiciones y amenazas, tiene casi siempre el ceño fruncido. No
sabe reír, por miedo a desmoronarse.
Juan Arias
Subscribe to:
Posts (Atom)