Por Fernando García Ramírez
En México la piratería (me refiero en particular al copiado ilegal de películas y música) es un negocio que emplea más personas y produce más utilidades que el narcotráfico. El año pasado se estimaron las utilidades de la piratería en 74 mil millones de dólares, por encima de los 40 mil millones del narcotráfico, de los 25 mil millones que nos aporta el petróleo, los 21 mil millones que nos reportan las remesas y muy encima de los 11 mil millones de dólares generados por el turismo. En el gran mundo del comercio ilegal, la piratería ocupa la punta de la pirámide. Pero para combatir a la piratería no se moviliza el ejército, ni la marina, ni la AFI y apenas un poco la SSP. Aunque la piratería está casi en cada esquina, no se sabe de enfrentamientos a balazos por la pelea de las plazas. Claro que hay grandes cárteles, no podría no haberlos. ¿Por qué el gobierno federal emplea más de cien mil efectivos para combatir el narcotráfico y en cambio la piratería informal está visible en todos lados? Porque se trata de un producto ilegal tolerado. ¿Por qué no vemos balaceras en las esquinas por la disputa de los puestos de videos piratas? Porque se trata de un mercado regulado, ilegalmente, por las autoridades.
Antes, en el México priista, ocurría eso con las drogas. El gobierno regulaba la producción, arbitraba entre los que las producían y las transportaban, e imponía ciertas reglas: que no vendan ciertas drogas en el país, que no armen balaceras en las ciudades, que sean generosos con la autoridad que los regula. El combate a las drogas (medios inundados de sangre) produce un resultado social –el miedo de los ciudadanos–.