Monday, December 13, 2010

La Providencia al poder



Cada vez que un escéptico se pregunta en voz alta qué demonios nos trajo la democracia, me da por recordar la pregunta antiquísima: ¿Qué te trajo Santa Claus? Más que grandes sorpresas, del viejo del costal esperaba uno el cumplimiento fiel de sus expectativas, si para eso le había escrito una carta puntual donde especificaba sus precisos deseos al respecto, sostenidos por cierto en la que solía ser una declaración falseada. “Querido Santa Claus: Me he portado muy bien…”, arrancaba uno con cierta desvergüenza, si bien ya preguntándose si el hombre del trineo tendría algún recurso telepático para identificar las patrañas de cada remitente.
Esperar que la democracia por sí misma nos traiga la justicia, la paz y la equidad, entre otros regalazos providenciales, es tanto como hacerse de una nueva cocina y dar por hecho que en adelante comerá delicioso, así no sepa uno ni prender la estufa. Como si la mejor de las cocinas no sirviera también para hacer inmundicias. Claro que a las cocinas no se les dedican las loas y discursos que suele merecer la democracia, especialmente de quienes la presentan como aquella herramienta milagrosa cuyas virtudes resultan comparables a las de Papá Noel. De modo que una vez que Santa Democracia no cumple con la lista de peticiones que sus ocasionales fieles redactaron, la decepción es lo bastante grande para que sean legión quienes sienten nostalgia por la dictadura: esa suerte de dios veleidoso y corrupto que por igual reparte premios y castigos entre serviles y desafectos, como lo haría algún prefecto escolar entre niños pequeños que aún no aprenden a mandarse solos.