Anécdotas tomadas de Vidas de los filósofos ilustres escrito por el erudito Diógenes Laercio
De su homónimo Diógenes de Sinope relata que sólo él elogiaba a un citarista al que todos criticaban. Cuando le preguntaron por qué, respondió: “Porque con esa corpulencia se dedica a tocar la cítara y no a ladrón de caminos”.
Al ver unos baños sucios, dijo: “¿Dónde se bañan luego los que se han bañado aquí?”
Apodado “el Perro”, Diógenes llamaba a las representaciones dionisiacas “grandes espectáculos para necios”, “siervos de la masa” a los demagogos y “tiempo perdido” a la filosofía de Platón.
Elogiaba a los que se disponían a casarse y no se casaban, a los que iban a hacerse a la mar y no zarpaban, a los que iban a entrar en política y no lo hacían, a los que iban a criar a sus hijos y no los criaban y a los que estaban preparados para servir de consejeros a los poderosos y no se acercaban a ellos.
Después de masturbarse a la vista pública en el ágora, dijo: “Ojalá fuera posible frotarse también el vientre para no tener hambre”.
En ocasión de un banquete, a manera de burla, comenzaron a tirarle huesecillos como a un perro “y él se fue hacia ellos y los meó encima, como un perro”.
Cuando le preguntaron por qué daban limosna a los pobres y no a los filósofos, respondió: “Porque piensan que pueden llegar a ser cojos o ciegos, pero nunca a filosofar”.
En otra ocasión, cuando Platón definió en la Academia al hombre como “bípedo implume”, el cínico arrancó las plumas a un gallo dejándolo andar por ahí y aseguró “He ahí el hombre de Platón”.
Alguna vez escupió en la cara de un rico que lo había invitado a su casa, alegando no haber encontrado otro lugar más sucio para hacerlo.
El cronista Laercio cuenta que Crates, esposo de Hiparquia, que se despojó de todas sus riquezas y abandonándolo todo siguió a Diógenes, aseguró que lo único que había conseguido de la filosofía era “un cuartillo de lentejas y el no preocuparse por nada”.
De Metrocles, cuñado de Crates, sabemos que al escapársele un pedo en medio de un ejercicio de lectura en la escuela, se encerró en su casa abatido por la desesperación con la intención de dejarse morir de desánimo. Al enterarse, Crates ingirió grandes cantidades de lentejas y visitó a Metrocles para persuadirle con razonamientos de que no había nada de malo en el hecho de ventosear. Ante la negativa de Metrocles, Laercio asegura que Crates recurrió a pedorrearse para convencerle y desde entonces Metrocles lo siguió por la senda del cinismo. Metrocles es dueño de la siguiente máxima: “Con dinero se compra una casa, y con tiempo y dedicación se compra la educación”.
No obstante, la comparación con el can a menudo constituía una grave ofensa en la Grecia antigua. Por eso, escribe Carlos García Gual en La secta del perro, a la escuela cínica, kynikoí, del vocablo griego kyon, “can” o “perro”, se le comparó despectivamente con ese cuadrúpedo: con su frugal modo de vida, su desfachatez y su desvergüenza. Los cínicos deambulaban tomando el sol en el ágora ateniense o el mercado de Corinto, practicando su sabiduría, envueltos en un atuendo mínimo y mendicante.
Los filósofos cínicos tomaron al perro como su emblema y lo adecuaron a la perfección a sus fines. El perro, animal urbano y familiar, no se oculta para cubrir sus necesidades ni para sus tratos sexuales. Es impúdico por naturaleza, roba alimentos a los dioses y mea en las estatuas sin ostentar reparo alguno. Los cínicos vieron en la figura del perro la oposición a las reglas del respeto mutuo y el decoro, y como tal la instituyeron.
Diógenes fue vendido como esclavo a Xeniades, quien le devolvió la libertad y lo convirtió en preceptor de sus hijos. Sobre su muerte circulan varias versiones: una quiere al filósofo dejándose morir voluntariamente reteniendo la respiración; otra sugiere que se habría indigestado tras comer un pulpo crudo rechazando la civilización y ejerciendo su teoría de que “toda naturaleza es ley”; la tercera sugiere que habría perdido la vida tras una caída a causa de la mordedura de un perro.
De su homónimo Diógenes de Sinope relata que sólo él elogiaba a un citarista al que todos criticaban. Cuando le preguntaron por qué, respondió: “Porque con esa corpulencia se dedica a tocar la cítara y no a ladrón de caminos”.
Al ver unos baños sucios, dijo: “¿Dónde se bañan luego los que se han bañado aquí?”
Apodado “el Perro”, Diógenes llamaba a las representaciones dionisiacas “grandes espectáculos para necios”, “siervos de la masa” a los demagogos y “tiempo perdido” a la filosofía de Platón.
Elogiaba a los que se disponían a casarse y no se casaban, a los que iban a hacerse a la mar y no zarpaban, a los que iban a entrar en política y no lo hacían, a los que iban a criar a sus hijos y no los criaban y a los que estaban preparados para servir de consejeros a los poderosos y no se acercaban a ellos.
Después de masturbarse a la vista pública en el ágora, dijo: “Ojalá fuera posible frotarse también el vientre para no tener hambre”.
En ocasión de un banquete, a manera de burla, comenzaron a tirarle huesecillos como a un perro “y él se fue hacia ellos y los meó encima, como un perro”.
Cuando le preguntaron por qué daban limosna a los pobres y no a los filósofos, respondió: “Porque piensan que pueden llegar a ser cojos o ciegos, pero nunca a filosofar”.
En otra ocasión, cuando Platón definió en la Academia al hombre como “bípedo implume”, el cínico arrancó las plumas a un gallo dejándolo andar por ahí y aseguró “He ahí el hombre de Platón”.
Alguna vez escupió en la cara de un rico que lo había invitado a su casa, alegando no haber encontrado otro lugar más sucio para hacerlo.
El cronista Laercio cuenta que Crates, esposo de Hiparquia, que se despojó de todas sus riquezas y abandonándolo todo siguió a Diógenes, aseguró que lo único que había conseguido de la filosofía era “un cuartillo de lentejas y el no preocuparse por nada”.
De Metrocles, cuñado de Crates, sabemos que al escapársele un pedo en medio de un ejercicio de lectura en la escuela, se encerró en su casa abatido por la desesperación con la intención de dejarse morir de desánimo. Al enterarse, Crates ingirió grandes cantidades de lentejas y visitó a Metrocles para persuadirle con razonamientos de que no había nada de malo en el hecho de ventosear. Ante la negativa de Metrocles, Laercio asegura que Crates recurrió a pedorrearse para convencerle y desde entonces Metrocles lo siguió por la senda del cinismo. Metrocles es dueño de la siguiente máxima: “Con dinero se compra una casa, y con tiempo y dedicación se compra la educación”.
No obstante, la comparación con el can a menudo constituía una grave ofensa en la Grecia antigua. Por eso, escribe Carlos García Gual en La secta del perro, a la escuela cínica, kynikoí, del vocablo griego kyon, “can” o “perro”, se le comparó despectivamente con ese cuadrúpedo: con su frugal modo de vida, su desfachatez y su desvergüenza. Los cínicos deambulaban tomando el sol en el ágora ateniense o el mercado de Corinto, practicando su sabiduría, envueltos en un atuendo mínimo y mendicante.
Los filósofos cínicos tomaron al perro como su emblema y lo adecuaron a la perfección a sus fines. El perro, animal urbano y familiar, no se oculta para cubrir sus necesidades ni para sus tratos sexuales. Es impúdico por naturaleza, roba alimentos a los dioses y mea en las estatuas sin ostentar reparo alguno. Los cínicos vieron en la figura del perro la oposición a las reglas del respeto mutuo y el decoro, y como tal la instituyeron.
Diógenes fue vendido como esclavo a Xeniades, quien le devolvió la libertad y lo convirtió en preceptor de sus hijos. Sobre su muerte circulan varias versiones: una quiere al filósofo dejándose morir voluntariamente reteniendo la respiración; otra sugiere que se habría indigestado tras comer un pulpo crudo rechazando la civilización y ejerciendo su teoría de que “toda naturaleza es ley”; la tercera sugiere que habría perdido la vida tras una caída a causa de la mordedura de un perro.