La ilegalización es un fracaso. En lugar de considerar la demanda de drogas prohibidas como un mercado y tratar a los adictos como pacientes, los políticos no han hecho más que engordar las ganancias de los traficantes. Persiste la retórica sobre el triunfo en la guerra contra las drogas, a pesar de lo documentos que demuestran su bancarrota ideológica y moral. Poner coto a los narcóticos no es como controlar una enfermedad por la sencilla razón de que no hay demanda de viruela o polio. No ha existido ninguna sociedad libre de drogas y cada año se inventan nuevas sustancias.
Como el sexo, la abstinencia es la mejor vía para evitar problemas, pero es necesario un plan B para aquellos que no quieren contenerse. Conseguir que haya menos adictos está muy bien, pero no es tan importante como disminuir el número de muertes, la delincuencia y el sufrimiento asociado al mal empleo de los narcóticos. Las piedras en el camino son los patrocinadores de la abstinencia como única alternativa y la cruel indiferencia por las vidas y bienestar de los consumidores. La mayoría de las personas que toman drogas son como los consumidores responsables de alcohol, que no hacen daño a nadie ni a si mismos. Lo que introducen en sus cuerpos sin perjudicar a nadie más. La ONU sitúa el valor del mercado mundial de drogas ilegales en 400,000 millones de dólares, el 6% del mercado global.