Thursday, November 13, 2008

Anécdota: Ser espectador de los espectadores

Voy al cine. Una pareja se sienta en las butacas contiguas. Él le demuestra a su novia, y a todos en la sala, que sabe reconocer en voz alta a todos los actores. Con audacia y sin rubores, enlista las películas en que han aparecido aquéllos detrás del estelar. Dado que se muestra diestro en el terreno, ella pregunta cosas que sin duda él, antes que la película, puede responder: “¿Lo van a matar?, ¿Por qué se pone borracho?, ¿Se va a suicidar?” Ríen de las groserías en la pantalla y no de las que yo les dirijo por telepatía. Se me ocurre algo genial: me cambio de asiento, de fila, alejándome del guía de la película y acercándome a la ilusión del respeto. Desear silencio en una sala de cine es igual que pedirlo en un salón de clases de secundaria. No hay esquina en el cine inmune a estas frases, que nadie se atrevería a decir en su casa, en pantuflas, sin contener el borbotón de carcajadas. Me paro del asiento. Cada uno de nosotros, al asistir en compañía al cine, deja tras de sí una estela de oraciones que pueden parecernos naturales, pero, como sucede con un olor escandaloso, habrá quien las olfatee dos veces y quizá concluya estornudando. Lo mejor en estos casos es callar de buen grado y, en todo caso, opinar a distancia.

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