Friday, March 04, 2005

Cuarto de Muñecas, espero comentarios

Cuarto de Muñecas

Me levanto, o mas bien, me desprendo de su cuerpo que yace dormido y desnudo después de una larga, larguísima noche.

No puedo acercarme, hay algo en ella que me asquea. La observo de pie al costado de la cama, le miro la piel marchita, tan joven y tan gastada a golpes, por tanta noche bajo luces artificiales o entre penumbras. Quisiera tocarla pero su piel esta seca de tanto humo que se le ha metido en el cuerpo.

Soy incapaz de entenderla y la odio, y quisiera tomar una de las botellas en la mesa y tasajearla hasta que termine vacía y huir entre los ríos de su sangre por el suelo. Partirle la madre para desaparecer las dos.

Aun la recuerdo llegando hace unas horas al cuarto tras los pasos de Él, de quien ella es incapaz de alejarse, no solo porque trae marcados sus dientes en el cuello y los puños en el rostro, sino porque lo tiene adentro, metido por todos lados. En sus oídos siguen como un eco igual los susurros que las mentadas de madre. Lo tiene en los ojos como una estampa, porque no sabe ver sino la imagen de Él que adora y a la vez aterroriza. Tiene metida su verga en el dolor de la primera vez y en los hijos no nacidos.

La recuerdo débil como un trapo, cubriéndose el rostro tras horas de gritos y súplicas “Es que ya nadie me ve, ¿qué hago?” y un golpe seco la tumba en el suelo. Ya no tiene lágrimas, se le han acabado en orgasmos y despedidas, desde hace tiempo el que llora es su cuerpo en sangre, en olores, en sudores que mezcla con los de otros.

Un golpe, y otro y otro hasta que Él, el dueño del juego respira, se desnuda y su verga excitada exige también venganza de ese cuerpo que yace débil.

Yo lo miro desde dentro de ella, con los ojos cerrados y veo las gotas de sudor que caen sobre el cuerpo en el que habito.

Lo odio y la odio y me odio y entre los tres hay un asco tremendo pero estamos pegados a través de los pechos, de los sexos y de las miradas que no se distraen y permanecen atadas la una a la otra. Nos vemos a la cara con ganas de escupirnos o empujarnos pero preferimos guardar silencio.

Sigo aquí frente a ella con ganas de despertarla y que me vea, sin la emoción con la que descubrió su cuerpo en la adolescencia hace años frente al espejo. Pero no puedo y camino por la habitación de un lado a otro. Quiero huir de ese cuerpo que me llama, que necesita que entre en ella de nuevo para poder despertar.

Llaman a la puerta una vez, dos, hasta que retumba un golpe fortísimo que me hace correr, jalar la perilla y abrir. Nos vemos, es ella y soy yo. Me aterrorizo. Imposible bajar la mirada. Intento caminar de frente y salir de la habitación pero ella mueve su cabeza como diciendo “no” y mira hacia la cama, hacia mi cuerpo que aun permanece inmóvil y tendido y me empuja hacia adentro de la habitación. Cierra la puerta y me quedo en medio, sé que falta mucho tiempo para ser libre, aunque la odie no es el momento. Debo regresar a mi cuerpo en tanto ella sale del cuarto.

Patricia Bazaldúa

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