Escupía hacia arriba Fidel Castro cuando dio libre curso a la ocurrencia de elogiar nada menos que Julian Assange por méritos que en la isla de su propiedad se castigan con rigor implacable. Por más que su dictado haya sido a sus ojos —los únicos que cuentan— impecable, no puede el dictador elogiar los empeños de quien es su enemigo natural sin arriesgarse a que el escupitajo termine de regreso en su lugar de origen. ¿O es que alguien se imagina al Comandante condecorando a un émulo habanero de Julian Assange?
No es que Fidel esté contra la transparencia; puede decirse, en cambio, que es su gran promotor y como tal se excluye de la regla. Una cosa es que los demás sean exhibidos (¡viva la transparencia!) y otra muy diferente que exhiban a uno (¡esto es un atropello!). Si el Estado cubano se conduce con la más ortodoxa opacidad soviética sus ciudadanos son del todo transparentes.
¿Cómo va a imaginar un hombre en tal medida voluntarioso, habituado al temor y la reverencia de cada uno de los que tratan con él, una prensa que no dependa del poder y hasta sea capaz de desobedecerle?