Sunday, October 31, 2010

Crónica exaltación de la violencia




Algunos exponentes del muralismo me provocan pesadillas. En una visita a Bellas Artes sufrí el trauma de mirar La Catarsis de Orozco. Los elementos de este mural son el insumo perfecto para un mal sueño: un grupo de cadáveres putrefactos representan al mal gobierno y dos mujeres demacradas simbolizan la corrupción social. Al fondo se alza el rojo intenso de las llamas. El fuego que arrasa con todo aparece como la esperanza de la purificación. El mural debería ser un ejemplo de arte macabro, pero lo exaltamos como la herencia artística de nuestra revolución.
La violencia plástica es una constante de nuestra memoria histórica. La iconografía de la Independencia nos muestra a Hidalgo con una antorcha en la mano. La imagen prototipo de la Revolución retrata a Zapata con sus cartucheras terciadas en el pecho. El mausoleo nacional acoge en sus sepulcros a sacerdotes forajidos y cadetes adolescentes. Las biografías son inseparables del fusil y el sable. Homero Aridjis propuso hace algunos años la idea de cambiar la letra del Himno. Una de las mejores razones para reescribir la canción de la patria es su belicismo sanguinario.
Todos los lunes durante las ceremonias a la bandera, millones de niños mexicanos repiten el mensaje: somos un país guerrero. Padecemos de una crónica exaltación de la violencia como ingrediente fundamental de nuestra identidad.