Wednesday, January 13, 2010

Laicismo y fundamentalismo

Cualquier deidad debe abogar por la armonía y por la hermandad, no por el sufrimiento. Ante tantas diferencias entre los seres humanos, ¿cómo conciliar dos de los atributos principales de Dios, la bondad y la omnipotencia? Al cavilar acerca de las actitudes de Dios frente al mal, el griego Epicuro formulaba a los estudiantes de teodicea del primer año el siguiente problema: ¿cuáles son las posibles actitudes cuando se piensa en la posición de “Dios frente al mal”?: 1) O quiere eliminarlo, pero no puede. 2) O no quiere. 3) O no puede y no quiere. 4) O puede y también quiere.
En el primer ejemplo, Dios no sería omnipotente; en el segundo no sería ni bondadoso ni moralmente irreprochable; en el tercero no sería ni omnipotente ni bondadoso o moralmente perfecto y, en el cuarto, Epicuro hace la pregunta acerca de cuál es el origen de los males y por qué Dios no los elimina. La imposibilidad para conciliar la bondad y la fuerza de Dios con los seres humanos, y la afrenta que deja Epicuro para responder el cuarto enunciado deviene otra pregunta: ¿cómo y con quién hablar?
A diferencia de los fundamentalistas religiosos los laicos no pregonan ni practican violencia a partir de su modus vivendi; sin embargo, esa óptica de la vida no detiene las acciones de los ultras.
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Todas las iglesias están en su derecho de fijar para sus feligreses las pautas de conducta que estimen procedentes; la decisión de acatarlas es un acto de libertad de los creyentes. Los jerarcas eclesiásticos pueden tomar la posición que corresponda a sus ritos; lo que no deben es descalificar, de manera injuriosa, a quienes piensen de una manera distinta a la suya. Por fortuna ya sólo les queda el recurso del insulto, porque durante siglos también tuvieron el de la hoguera; pero aun las expresiones soeces deberían ser omitidas por parte de quienes hablan en nombre de una fe respetable.

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