Tuesday, December 29, 2009

Hans Magnus Enzensberger. La balada de Al Capone

Al despuntar el día se descubren los cadáveres. El lechero los encuentra, en el curso de su ronda. La más importante tienda de géneros de punto del lugar ha puesto en el escaparate un letrero, en el que se lee: «Zurcidos invisibles y a precio módico para los agujeros de balas de su traje». Negros Cadillacs, fuertemente blindados, se detienen ante el restaurante de lujo, casi enfrente del Ayuntamiento, donde los asesinos dan un banquete en honor de la corporación municipal. Al tercer brindis, el fiscal recibe, de manos de un individuo sin afeitar, un reloj de bolsillo de oro. [...] Mientras, los camiones de los contrabandistas de alcohol, escoltados por níveos policías motorizados, hacen retemblar las calles adyacentes.

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