Tuesday, September 08, 2009

Monclova

Estoy en Monclova atendiendo un par de asuntos de “extrema urgencia”. Llego a la central camionera ubicada en la parte céntrica de la Cd. Es como en muchas otras ciudades donde aun trabajan las llamadas “centrales viejas”. La de aquí está rodeada de hoteles de mala nota, un oxxo, puestos de tacos y varias cantinas. Espero unos minutos afuera para que pasen a recogerme. Unas chicas a un lado conversan sobre sus planes y pasan un par de tipos con mala pinta. Me desespero, reviso la hora en mi celular y aguardo.
Cargo en mi mochila el libro de Sergio Gonzalez Rdz. El Hombre Sin Cabeza, un corto ensayo muy revelador sobre el significado de los decapitados, todo basado principalmente en los usos del narcotráfico pero también en su contexto histórico, cultural, sociológico y literario. Como no llega ni a las 200 páginas mi idea es leerlo completo durante el viaje de ida y regreso y en lo pequeños lapsos de ocio.

En la reunión todos lucen relajados y tranquilos y conozco a un par de buenos nuevos amigos al calor de las canciones y las cervezas que abundan. La ciudad es tranquila. Paso todo el día del sábado en casa de unos abuelos que con muchas atenciones me han abierto amablemente las puertas de su casa. La cama que me han asignado es suave y las sabanas huelen a limpio. Duermo hasta muy tarde, me levanto cercana las 11 de la mañana y el desayuno lo tengo prácticamente servido (pan con mantequilla y mi infaltable café negro). Apenas si se oye el pasar de unos cuantos coches. La mañana es fresca, aquí como en Monterrey ha estado lloviendo toda la semana y este lugar –que en otras épocas del año representa el quinto infierno por su calor sofocante- hoy me ha recibido con un cielo nublado y viento que refresca. Me quedo largo rato en la cocina, pensando sobre un montón de personas y de cosas, los pendientes que he dejado, lo que vendrá en la semana, pienso en una, en dos mujeres, en que estarán haciendo en estos momentos mientras yo estoy en este rincón placido del país bebiendo café y mirando hacia la ventana la quietud de los arboles.
Me doy un baño largo, disfruto el agua caliente y me tomo mi tiempo en la ducha, salgo de la regadera y pacientemente me visto. El baño me sirve y me relaja, me refresca la cabeza, vuelvo a comedor y sorprendido veo que la comida está servida. Me alegra esta cordialidad y todo el simbolismo que representa compartir la comida incluso con un extraño.
Cae la tarde en Monclova y es un buen momento para volver a mi lectura, allí dice Gonzalez Rdz.: “En los últimos año en México, el uso de los cuerpos como mensajes se incremento conforme las actividades de los traficantes de droga se volvieron públicas. Antes su tarea era silenciosa y oscura. El tráfico de drogas hizo que la violencia construyera usos e incluso ritos con la sangre de las víctimas. Mujeres a las que se llegaba a mutilar en vida un pezón a mordidas o se les cortaba un trozo triangular de piel. Cadáveres que eran arrojados a una fosa y rociados con una mezcla de cal y ácidos para que aceleraran su desaparición. Victimas asesinadas con tiro de bala en la frente, en la oreja o en la boca para indicar, en cada caso, una advertencia a traidores, entrometidos y delatores. En fechas recientes, les inscriben a las víctimas en la frente una letra Z como firma de un grupo delincuencial, abren la tráquea para jalarles la lengua por el corte, le llaman corbata colombiana; descuartizan los cuerpos y arrojan los restos en un recipiente en el que ponen petróleo y le prenden fuego hasta que se quema todo, le llaman horno. Otras veces, vierten en una pipa cocaína y cenizas de una víctima. A este rito se le conoce como fumarse al muerto. Dejan cartulinas con mensajes al lado de las cabezas de los decapitados. Asimismo circulan amenazas por internet en las que las bandas de criminales se desafían, mofan o alardean de su virilidad. Actualizan a la usanza de los tiempos los antiguos corridos con canciones noticiosas. O usan la red para difundir grabaciones en video de asesinatos y furor decapitador. El pánico expansivo.”

Es de noche. He pasado la mayor parte del día relajado, conversando y leyendo. Ahora estoy en el estacionamiento del Fiesta Inn. Quiero despavilarme y bajo del coche. Doy unos cuantos pasos en el estacionamiento, toso, estiro los brazos, me acerco a la avenida principal Harold Pape. Volteo y un par de mujeres toscas se toman fotos a la entrada del hotel. Hay sobre la calle cierto movimiento a pesar de que a esa hora está jugando la selección de futbol un partido clasificatorio al mundial. Quiero verlo y le comento a mi amiga que lo mismo da esperar afuera que dentro y nos dirigimos al bar del hotel. Aun están los comerciales del medio tiempo pero para entonces ya me he perdido del primer gol. Así me lo hace ver el único tipo que también está en la zona del bar, un lugar pequeño con apenas seis mesas y una barra sencilla pero bien surtida. Quiero beber y la mesera se me acerca para preguntarme qué se me ofrece, dudo primero porque no tengo ni la menor idea de cuánto vayamos a tardar en la espera así que decido aguantarme y fijar mi atención en los monitores que cuelgan en las paredes.
Lo que sigue es cena en un agradable restaurante, alcoholes varios y ya de madrugada… descansar.
Es el día siguiente y preparo mis cosas. Es momento de regresar a la realidad que me espera. Guardo las pocas pertenencias que me traje y empiezo mi travesía de regreso. Vuelvo al libro de González Rodríguez. A la mitad recuerda un viejo apunte de Boissiere que subrayo completo:
“y sigo fumando opio. Mi basto bienestar no cesa de expandirse; pero he aquí que junto a éste crece y se apodera de mi la indiferencia y el hastió por la acción. Me invade una necesidad de inercia absoluta, de quedarme inmóvil, de permanecer callado, y de dejar que los mundos evolucionen a su antojo, si intervenir en ellos, satisfecho de observarlos y comprenderlos desde las alturas de mi penetrante y lucido anonadamiento. No hay sueño, no hay embriaguez en mi; no pienso, contemplo, percibo mejor que en la vida”.
Vuelvo la vista al camino, el desierto con sus matorrales de espinas, la sierra con sus montañas me siguen. Paso los pueblos polvorientos con su dinámica detenida. Y los pendones y propaganda política con sus promesas y mentiras que se han quedado desde julio pasado.

1 comment:

Carlos Moreno said...

Pues que buen rollo que andabas por estos lares del quinto Infierno,
Saludos desde Monclova