Monday, January 19, 2009

El odio


El odio no figura entre los pecados capitales, ese repertorio de las conductas humanas que el cristianismo prohibe bajo el riesgo de la condena eterna. Asombra que para ese credo sean peores la avaricia, la soberbia, la gula, la lujuria, la pereza, la ira y la envidia. El odio destruye más que cualquier otro de esos vicios del alma. Guarda parentesco con la envidia, y la soberbia puede ser una de sus causas. Se le asemeja a la ira, pero ésta suele manifestarse de súbito, como un arrebato. El odio, en cambio, admite la expresión fría, el cálculo desalmado, que prepara con cuidado la devastación, la muerte, el dolor, el temor, el terror. En culturas diversas del cristianismo el odio no es tampoco vitando; por el contrario, odiar es meritorio, es justo, es necesario: dar muerte al infiel, al que no profesa la misma fe, es la manera de mostrarse cumplidor de la ley, de asegurarse la salvación eterna. Se propaga el odio como modo meritorio de ser.

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