Como se recordará, en las elecciones presidenciales del 2000, el vicepresidente y candidato demócrata Al Gore ganó el voto popular por un margen muy pequeño, pero perdió en el Colegio Electoral -sitio donde legal pero ilógicamente, 538 delegados deciden la elección- porque una Suprema Corte cargada de conservadores ordenó detener el recuento de votos dudosos en Florida y eso dio a su oponente, George W. Bush, los 25 delegados en disputa en ese estado. La manipulación del ataque de los militantes islamistas a Nueva York y Washington en el 2001 y la posterior invasión de Iraq le permitieron a Bush encontrar un punto de concentración a una administración que hasta ese momento navegaba a la deriva. Al montarse en una ola de patriotismo, y mediante una bien elaborada mercadotecnia, el Presidente pudo finalmente presentarse como un líder necesario y respaldado. Pero, pasado un tiempo, volvió al punto de partida y hoy, mientras que su popularidad ha descendido en picada, Bush no sabe ya qué hacer con el núcleo de su agenda política: Iraq.
Actualmente, el contraste entre los contendientes del 2000 no puede ser mayor. El candidato derrotado recibió el Premio Nobel de la Paz por su contribución al despertar de la conciencia mundial en torno a los peligrosos efectos de los humanos sobre el medio ambiente global. Bush tuvo como base inicial de lanzamiento a la vida pública a su familia, lo que le permitió asistir a una universidad apropiada -Yale- pero en materia de responsabilidad cívica su conducta ya no correspondió a la biografía de la familia: evitó ir a Vietnam -se quedó seguro en casa gracias a que, mediante conexiones, logró una plaza en la Guardia Nacional que le evitó ir a Vietnam para cumplir con su servicio militar. Como Presidente, Bush hijo, probablemente será recordado por la deliberada falsedad de los argumentos que utilizó para invadir Iraq, por su sorprendente falta de planeación de una operación imperial que ha concentrado, y sin buenos resultados, el grueso de los recursos militares norteamericanos en lo que ya se ha demostrado que no tenía conexión con la supuesta prioridad de la agenda de seguridad de Estados Unidos: la eliminación de Al Qaeda. En George W. Bush, en el tenebroso Dick Cheney, en el fallido Donald Rumsfeld, en el ex procurador general Alberto Gonzales que justificó la tortura de prisioneros, en Paul Wolfowitz, el ex presidente del Banco Mundial, quien terminó acusado de actos contrarios a la ética, ¿tiene Estados Unidos la clase política que se merece?
No comments:
Post a Comment