La democracia es una forma de gobierno en la que existen mecanismos institucionales para procesar las diferencias y para resolver los conflictos. Por ello, democracia no significa ausencia de conflictos, sino la existencia de instancias y procedimientos para solucionarlos. Eso es lo que llevó a Popper a sostener que la democracia es una forma de gobierno que permite cambiar a los gobernantes sin derramamientos de sangre y a Bobbio a plantear que el rasgo distintivo de ese régimen es que permite que de manera pacífica se tomen decisiones con el máximo de consenso y con el mínimo de imposición. Es por ello que la violencia resulta ser refractaria con la idea de democracia. Una sociedad violenta no puede ser democrática al mismo tiempo. Ahí tarde o temprano las diferencias se resuelven mediante la supresión del contrario, justo lo opuesto a la democracia que se funda en la tolerancia de los opuestos y a su inclusión en el juego político.
¿Es posible que la democracia funcione en un contexto en el que la violencia constituye algo que tiene una presencia constante? Cuando la violencia, ya sea la ejercida desde el Estado o por la criminalidad, se instala en una sociedad, la lógica de la democracia se altera, termina por agotarse y se abren las puertas para un contexto en el que pueden aflorar pulsiones y expresiones autoritarias. La democracia necesita un contexto pacífico para recrearse y funcionar adecuadamente. Por eso lo que nos estamos jugando en el actual contexto de expansión de la criminalidad y la violencia es la viabilidad misma de nuestra convivencia democrática. Hay casos lamentables de cómo la lógica de excepción que la criminalidad organizada ha impuesto ha alterado los procesos democráticos en los procesos electorales en curso.
Frente a esa situación, ¿qué podemos hacer como sociedad? La peor reacción posible es la propagación de una sicosis generalizada y el abandono de la política y de la convivencia social a su suerte. Por supuesto, no pretendo que actuemos como si nada pasara, pero creo que la mejor respuesta frente a esta situación es demostrar la vocación democrática de nuestra sociedad que históricamente se ha traducido en una reiterada apuesta por la vía pacífica para solucionar nuestros problemas. No debemos permitir que la normalidad democrática que, con todos los defectos, insuficiencias y problemas que hoy presenta, sea abandonada y olvidada frente a la desazón y la impotencia que la violencia inevitablemente produce.