Es claro que el
abstencionismo en materia electoral constituye un problema de educación cívica
y responsabilidad social. Sin embargo, si una persona no acude a las urnas,
también puede ser producto de una decisión libre y razonada. Consecuentemente,
lo primero que hay que distinguir en el abstencionismo es la presencia de una
voluntad consciente de no acudir a las urnas, estando calificado para ello.
Éste es el abstencionismo activo, que expresa una voluntad manifiesta de no
votar, y debe distinguirse del abstencionismo pasivo, en donde el elector
enfrenta obstáculos técnicos y estructurales que imposibilitan la votación,
como en los casos de quienes se encuentran en el extranjero, cambian su
domicilio y no se actualizan en el padrón, o los que simplemente han extraviado
su credencial de elector. Una inadecuada organización electoral, condiciones
naturales, meteorológicas o el estado de salud del votante, hacen que el
resultado sea el mismo: la abstención.
El abstencionismo
activo tiene varias explicaciones. Unos lo ven como síntoma de un progresivo
desencanto hacia la forma de gobierno, otros como una modalidad de protesta
contra el sistema o como inconformidad respecto a las opciones que representan
los partidos. El abstencionismo activo es la exteriorización de un malestar
social respecto a la clase política en su conjunto, que desincentiva el
sufragio.
El abstencionismo
refleja falta de credibilidad en los políticos, alejando al ciudadano de la
participación, incrementando la apatía y la indiferencia. El elevado
abstencionismo es prueba de un desempeño de los partidos por debajo de las
expectativas de los ciudadanos. El agotamiento de su capacidad renovadora, las
dificultades para el acceso de los ciudadanos a la contienda electoral, los
exagerados gastos de campaña, las tendencias oligárquicas, así como la ausencia
de democracia interna en los partidos, son señales preocupantes de nuestro
tiempo.
Isidro H. Cisneros
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