El argumento de El extranjero de A. Camus, se inicia narrando la cotidianidad mediocre de Mersault, -un ciudadano blanco, oficinista menor de la burocracia estatal. Ese hombre común, de carácter apático pero entusiasta del goce sensual (el sexo, el sol, el mar), es llamado un sábado al asilo de ancianos donde ha fallecido su madre, y después de cumplir sin dolor manifiesto con los ritos comunes de la velada fúnebre, de la ceremonia religiosa y del entierro, reemprende inmediatamente su monótona vida habitual: esa misma tarde sabatina va al cine con su amante a ver una película cómica. Al día siguiente, domingo, va con su amigo Raymond a una playa común aledaña de un barrio árabe. Allí, y en el único momento violento de la novela, los amigos tienen una reyerta con dos árabes que perseguían a Raymond por un lío con una mujer. Apuñalado en un brazo, Raymond trata de disparar un revólver, Mersault se lo arrebata para impedir el asesinato, y, agobiado por el insoportable calor canicular, vaga por la playa, reencuentra por casualidad al árabe heridor de su amigo y desapasionadamente, como cediendo a un abotagamiento bajo la conspiración del sol cegador, el calor, el revólver inconscientemente empuñado y el propio hastío, dispara contra el árabe. “Y el disparo fue como un aldabonazo en la puerta de la desdicha”.
Objeto de la justicia, no asumiéndose como un criminal, se siente extranjero en la realidad común, un hombre desligado de los valores morales que pretenden dar sentido a la vida. Ahora es un (no profesional) pensador del absurdo: indiferente al bien y al mal, para él lo que llamamos vida es sólo existencia pura y simple, el mundo no tiene ni acata una significación, es impasible ante el goce o el dolor de los hombres. En Mersault ha nacido una suerte de conscientemente inútil revuelta interior: la vida es absurda y sólo consentir lúcidamente (¿e irónicamente?) en ello le da un sentido.