El 26 de julio de 1954, hoy se cumplen 64 años, Fidel Castro dio inicio al proceso conocido como la Revolución Cubana. Vivo todavía su principal actor, ese fenómeno histórico se ha transformado y ahora enfrenta el desafío de modernizarse bajo la presión de la Unión Europea. En estos días están saliendo de La Habana y llegando a Madrid ex presos políticos liberados por esas presiones, con algunos miembros de sus familias.
Su libertad será uno de los motivos de explicación política que ofrecerá en el esperado discurso conmemorativo Raúl Castro, hermano menor de Fidel y desde hace dos años responsable de los poderes que abandonó el patriarca de la revolución a causa de su deficiente salud, que lo ha minado ostensiblemente, pero que no ha sido capaz todavía de poner fin a sus días.
Fidel Castro y un grupo de jóvenes se opusieron al arribo al poder del general Fulgencio Batista, que como en décadas anteriores, desde que era sargento, en los treintas, estaba presente en todas las combinaciones militares que, con el apoyo y el impulso de la embajada norteamericana frustraron una y otra vez las tentativas democráticas de un país que fue colonia de España a todo lo largo del Siglo 19 y al mediar el 20 seguía padeciendo esa condición.
Convencidos de que la vía electoral era estrecha, y conducía a la frustración o a la corrupción eligieron el camino revolucionario. Intentaron su primera audaz acción en el oriente cubano: un asalto en busca de armamento al cuartel Moncada, en Santiago. La tentativa fracasó y sus protagonistas fueron hechos prisioneros y sometidos a proceso.
La partida de fallidos combatientes fue dejada en libertad y varios de ellos viajaron a México, refugio de demócratas despedidos de sus países por dictaduras militares. Aquí rehicieron su menguada fuerza y perseveraron en su propósito, por lo que en 1956 retornaron a Cuba a bordo del Granma, en cuyo honor se llama así todavía el principal diario habanero.
Insertos en la Sierra Maestra, combatieron a la dictadura de Batista, que estaba podrida moralmente y terminó derrumbándose a fines de 1958. El primero de enero de 1959 Fidel Castro entró victorioso a la capital, y desde entonces, contra viento y marea, en medio de las mayores adversidades se ha mantenido como cabeza de la Revolución.
Pronto el movimiento revolucionario halló sus límites y para romper la atadura que había lastrado el progreso cubano Castro proclamó el socialismo en su patria. En el clima de la guerra fría que imperaba entonces quedó vinculado al gobierno de Moscú, como pieza de las tensiones entre las dos potencias mundiales.
El Gobierno de Washington juzgó que ese gobierno era un peligroso foco de contagio al sur de la frontera y le declaró la guerra. A veces, literalmente, como al intentar una invasión armada que contaría, según los errados cálculos de la CIA y la porción derechista del exilio cubano, con el entusiasta y masivo apoyo de la población. Cuando eso no ocurrió así Estados Unidos resolvió ahogar por hambre al régimen de La Habana, y de paso a su pueblo, mediante un bloqueo que fue contrarrestado con la cooperación socialista.
En la primera década de la Revolución Cubana México apareció como claramente solidario con el régimen isleño. El general Lázaro Cárdenas y su Movimiento de Liberación Nacional fueron un factor de presión para impedir que los gobiernos de López Mateos y de Díaz Ordaz se sometieran al de Washington y no se aflojó siquiera el lazo de unión entre los pueblos de Cuba y de México.
Después de entonces, las relaciones se estabilizaron hasta llegar a la mutua complicidad, pues Castro aceptó estar presente en la toma de posesión de Carlos Salinas, no obstante la impugnación cardenista. Zedillo comenzó la etapa de enfriamiento de la relación con La Habana, que llegó a su peor momento cuando, ya Fox en la Presidencia, el presidente cometió el desliz pueril de pretender que Castro estuviera presente en una reunión internacional sólo durante unas horas, a fin de no lastimar el nuevo vínculo que el ranchero de San Cristóbal pretendía establecer con el de Crawford, Texas.
Su libertad será uno de los motivos de explicación política que ofrecerá en el esperado discurso conmemorativo Raúl Castro, hermano menor de Fidel y desde hace dos años responsable de los poderes que abandonó el patriarca de la revolución a causa de su deficiente salud, que lo ha minado ostensiblemente, pero que no ha sido capaz todavía de poner fin a sus días.
Fidel Castro y un grupo de jóvenes se opusieron al arribo al poder del general Fulgencio Batista, que como en décadas anteriores, desde que era sargento, en los treintas, estaba presente en todas las combinaciones militares que, con el apoyo y el impulso de la embajada norteamericana frustraron una y otra vez las tentativas democráticas de un país que fue colonia de España a todo lo largo del Siglo 19 y al mediar el 20 seguía padeciendo esa condición.
Convencidos de que la vía electoral era estrecha, y conducía a la frustración o a la corrupción eligieron el camino revolucionario. Intentaron su primera audaz acción en el oriente cubano: un asalto en busca de armamento al cuartel Moncada, en Santiago. La tentativa fracasó y sus protagonistas fueron hechos prisioneros y sometidos a proceso.
La partida de fallidos combatientes fue dejada en libertad y varios de ellos viajaron a México, refugio de demócratas despedidos de sus países por dictaduras militares. Aquí rehicieron su menguada fuerza y perseveraron en su propósito, por lo que en 1956 retornaron a Cuba a bordo del Granma, en cuyo honor se llama así todavía el principal diario habanero.
Insertos en la Sierra Maestra, combatieron a la dictadura de Batista, que estaba podrida moralmente y terminó derrumbándose a fines de 1958. El primero de enero de 1959 Fidel Castro entró victorioso a la capital, y desde entonces, contra viento y marea, en medio de las mayores adversidades se ha mantenido como cabeza de la Revolución.
Pronto el movimiento revolucionario halló sus límites y para romper la atadura que había lastrado el progreso cubano Castro proclamó el socialismo en su patria. En el clima de la guerra fría que imperaba entonces quedó vinculado al gobierno de Moscú, como pieza de las tensiones entre las dos potencias mundiales.
El Gobierno de Washington juzgó que ese gobierno era un peligroso foco de contagio al sur de la frontera y le declaró la guerra. A veces, literalmente, como al intentar una invasión armada que contaría, según los errados cálculos de la CIA y la porción derechista del exilio cubano, con el entusiasta y masivo apoyo de la población. Cuando eso no ocurrió así Estados Unidos resolvió ahogar por hambre al régimen de La Habana, y de paso a su pueblo, mediante un bloqueo que fue contrarrestado con la cooperación socialista.
En la primera década de la Revolución Cubana México apareció como claramente solidario con el régimen isleño. El general Lázaro Cárdenas y su Movimiento de Liberación Nacional fueron un factor de presión para impedir que los gobiernos de López Mateos y de Díaz Ordaz se sometieran al de Washington y no se aflojó siquiera el lazo de unión entre los pueblos de Cuba y de México.
Después de entonces, las relaciones se estabilizaron hasta llegar a la mutua complicidad, pues Castro aceptó estar presente en la toma de posesión de Carlos Salinas, no obstante la impugnación cardenista. Zedillo comenzó la etapa de enfriamiento de la relación con La Habana, que llegó a su peor momento cuando, ya Fox en la Presidencia, el presidente cometió el desliz pueril de pretender que Castro estuviera presente en una reunión internacional sólo durante unas horas, a fin de no lastimar el nuevo vínculo que el ranchero de San Cristóbal pretendía establecer con el de Crawford, Texas.