No hay manera de simularlo: Querer es una lata. Pero amar es la guerra. Una guerra perdida. Vamos acomodando los tanques y los misiles en lugares estratégicos para tratar de salvar algo de cordura. No se puede. Una vez que abres las fronteras todo queda al descubierto; no hay lugar para estar a salvo. En la confusión, tratas de mover tus ejércitos sobre el mapa de la piel creyendo que avanzas. En realidad te entregas.
Estas guerras, por lo menos, son para ceder. Cedes tramos del buró, una de las manijas en la regadera, una parte suficiente de la cama (si no es que toda). Cedes tus noches y tus fines de semana, tus ojos y el empeño. Cedes la cordura porque mientras pierdes, piensas que ganas. Que ganas música. Música de bombas cayendo sobre tus campos sembrados, en las ciudades que construiste en tiempos de quietud.