René Delgado
Juicio y beca a Calderón
Allá Harvard con su extraña decisión de acoger a un hombre
en fuga, un administrador sin brillo en sus ideas y prácticas políticas.
Asombra la decisión de la John F. Kennedy School of Government de becar y
asilar a Felipe Calderón, un hombre sin dote académica ni práctica en la
política. Allá Harvard, aquí ya compartió su conocimiento y experiencia... fue
devastador… Siete de cada 10 mexicanos se sienten inseguros. Uno de cada tres
hogares reporta, al menos, una víctima de violencia o delito. La captura y
abatimiento de grandes líderes criminales fragmentó sus organizaciones en 60 u
80 bandas más violentas y mucho más peligrosas. Más de 10 mil homicidios
dolosos se registraron en 2007, más de 22 mil en 2011. El secuestro aumentó 83
por ciento; el robo con violencia 65; la extorsión 40; los delitos sexuales 16;
el robo en carretera más de 100 y el robo de vehículos asegurados se duplicó.
En total, 10.6 millones de delitos entre 2006 y 2011 y, de ellos, sólo uno de
cada 100 se castigó. Se duplicaron los recursos en seguridad y se incrementaron
los delitos.
Ese diagnóstico omitió cifras fundamentales pero luego,
extraoficialmente, trascendieron. El número de muertos producto de la violencia
criminal se estima en 70 mil, 9 mil de ellos sin identificación. Las
ejecuciones ocupan el segundo lugar en cuanto a defunciones se refiere. Los
desaparecidos se estiman en 25 mil personas (ayer, el Centro de Investigación y
Capacitación Propuesta Cívica la fijó en 20 mil 851). Los desplazados por la
violencia se calculan en alrededor de 230 mil. Y, desde luego, faltan cifras de
lisiados, huérfanos... Resaltar esas cifras no imputa a Felipe Calderón la
culpa de esa tragedia, pero sí su responsabilidad al implementar una estrategia
que en vez de atemperarla la agravó. Se le dijo también que, con su guerra,
lejos de garantizar, conculcaba derechos y libertades fundamentales.
Ojalá Felipe Calderón aproveche su beca y, en vez de
enseñar, aprenda a gobernar, aunque sea después de haberlo ensayarlo. Claro, si
no es que se ve obligado a afrontar juicios de índole distinta a la política.
Elba:
gis sin borrador
Superado el tutelaje político,
consolidado el propio liderazgo, ejercido el poder a plenitud, algunos
políticos intentan una última hazaña o, si se quiere, una suerte de
malabarismo: dar un giro memorable, tentados por la idea de la trascendencia.
Con ese acto testamentario, intentan borrar grandes o pequeñas manchas en su
biografía e inscribir su nombre en el dintel de la Historia.
Algunos de ellos lo logran. Coronan la
hazaña, dan brillo a su nombre y trayectoria hasta alcanzar la estatura de
grandes personajes. No es ese el caso de Elba Esther Gordillo. Ella cubrió
aquellas condiciones con dos agregados, saboreó más de una venganza y amasó una
inconmensurable fortuna, pero ahora resbala sin darse cuenta: va de la cima a
la sima, cae de lo más alto a lo más hondo, haciendo de la soberbia el tobogán
de su deshonra.
La miel del poder, lejos de empalagar
a la lideresa, terminó por convertirse en su obsesión.
Si Carlos Salinas de Gortari la colocó
al frente del gremio magisterial y Ernesto Zedillo quiso contener la
concentración del poder en ella con la descentralización educativa, Elba Esther
Gordillo remontó ese revés durante el foxismo y conoció la gloria con el
calderonismo. Supo convertir la organización y la fuerza del gremio en palanca
para conservar y expandir su poder a esferas distintas al ámbito natural de su
actuación.
El panismo canjeó una política pública
por un apoyo político-electoral para acabar por tropezarse con él. La soberbia
encontró espacio entonces. Si Vicente Fox y Felipe Calderón le abrían la puerta
de Los Pinos sin necesidad de que ella la tocara, el secretario de Educación
quedó convertido -dicho en su lenguaje- en su sirviente y la educación en su
plumero.
Reyes Tamez fue el caso más patético,
cerró como su empleado. Josefina Vázquez Mota sintió cómo las tenazas de la
pinza Gordillo-Calderón se cerraban sobre ella, hasta convertirla en la víctima
propiciatoria. La enfermedad de Alonso Lujambio fue un lamentable accidente, y
el doctor José Ángel Córdova Villalobos, que quería ser gobernador o
legislador, terminó de secretario.
Ya no le bastó que allegados y
consentidos ocuparan tal o cual dependencia, estas curules o aquellos escaños,
si el imperio era de ella por qué no iba a disfrutarlo la familia: la hija, el
nieto, el yerno...
La soberbia de la profesora le nubla
la vista, le impide ver que ha perdido astucia y escuchar el reclamo ciudadano
que, en cierto modo, le viene como anillo al dedo para emprender la hazaña de
la trascendencia.
Puede la maestra escribir con gis sus
memorias y desafiar al Estado vestida con ropa y accesorios de lujo y gala, sin
darse cuenta de que está perdiendo la oportunidad de reivindicar su
investidura. Si el peñismo no se apoya en las porciones de la sociedad
empeñadas y decididas a rescatar la educación como patrimonio fundamental de la
nación y se echa en brazos de la maestra, como sus antecesores, sentirá primero
el calor del abrazo y, luego, el sofocamiento previo a la asfixia.
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