Doce años concluyen y,
con ellos, un capítulo terrible de nuestra historia política y social, un
pasaje que inició clamando en coro "no nos falles", ante Vicente Fox,
y culminó reclamando a gritos "no más sangre", a Felipe Calderón.
El voto útil por la
inutilidad del voto. El bono democrático por los puntos de popularidad. Las
ideas por las ocurrencias. El gobierno de soluciones por la administración de
problemas. Los peces gordos por los charales. Las manos limpias por las manos
ensangrentadas. La brega de eternidad por la brecha de oportunidad. La razón
por el spot. El discurso por la narrativa, el boletín o la declaración. La
capacidad por la lealtad. El castigo justo por la impunidad garantizada. El
signo por el símbolo. La doctrina por el dogma. El tributo por la extorsión. La
memoria por el olvido. El vivir mejor por el morir más pronto. La liebre por el
gato.
Uno alto, otro bajo:
ambos con la misma estatura. Uno escogió al partido para postularse, a otro lo
escogió el partido para postularlo: los dos hundieron al partido. Uno se
desentendió de los amigos en el gobierno, otro los privilegió en él: ambos
terminaron solos. Uno ganó la elección con legitimidad, otro la ganó sin ella:
ninguno conquistó el gobierno. Uno fue un político a la carrera, otro un político
de carrera. Uno bravucón, otro aventado, ambos insensatos. Uno quiso sacar al
PRI, otro meter al PAN: ni uno ni otro hicieron. Uno cómico, otro trágico:
ambos melodramáticos. Uno frívolo, otro solemne: ninguno serio.
Como ningún otro
mandatario, Vicente Fox tuvo las mejores condiciones económicas, políticas y
sociales para hacer de la alternancia la alternativa, para emprender la reforma
del poder. Después de aquella hazaña no había más, en cierto modo su sexenio
terminó antes de empezar, traspuso el umbral de la historia del mismo día de su
elección y, entonces, contaba con la paz y la posibilidad de hacer algo más.
Por poco que hiciera, tenía asegurado un sitio en la historia pero, por lo
visto, renunció a la idea de darle un verdadero contenido democrático al
régimen que se negó a inaugurar.
Las condiciones en que
Felipe Calderón accedió al poder fueron muy distintas, pero en la adversidad
estaba su posibilidad. El recuento de votos debió interesarle más a él que
Andrés Manuel López Obrador y en el origen de su mandato fijó su destino.
Buscar la legitimación a través de una guerra sin sentido, sin conocer al
enemigo ni a su tropa, sin reconocer ni convocar a los aliados, sin entender el
carácter transnacional del crimen organizado y abandonando los otros frentes
que, en su conjunto, integran un gobierno, terminó por convertirlo en el
administrador de una serie de problemas sin posibilidad de solución.
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