La gran prostituta, la gran Babilonia
Por: Jean Meyer
La Iglesia católica vestida de púrpura, dedicada a la prostitución con los reyes y los millonarios.
A fines del siglo IX fue electo Papa Sergio III, elección organizada por el senador Teofilacto y su esposa Teódora. La pareja controló el papado durante más de veinte años. Sergio III se acomodó de su tutela, tan bien que tuvo como amante una de sus hijas, Marusia, de veinte años. De tal unión nació un varón que llegaría a ser el papa Juan XI. Luego, a la muerte de Teofilacto, Marusia tomó el relevo; con la ayuda de su esposo, el conde Vito de Toscana, mandó encarcelar, luego matar al papa Juan X que pretendía emanciparse.
Después de nombrar dos papas de transición, Marusia impuso al hijo bastardo que había tenido del papa Sergio; Juan XI fue el instrumento dócil de su madre. Años después, le tocó al nieto de Marusia sentarse en la silla de Pedro, bajo el nombre de Juan XII, cuando acababa de cumplir dieciséis años. La vida privada de aquel Juan, que gustaba de las fiestas ruidosas y de los placeres violentos, escandalizó hasta al pueblo romano, acostumbrado a muchas cosas. Uno de sus sucesores fue otro Juan, el decimotercero, hijo de Teódora la joven, hermana chica de Marusia. Aquella Marusia se encuentra al origen de la leyenda de la papisa Juana, ahora llevada a la pantalla, y lo merece puesto que, en resumen, fue amante de Sergio III, madre de Juan XI, abuela de Juan XII y tía de Juan XIII.
En este periodo oscuro que va del 870 hasta el año 1050, el clero no se encontraba en mejor situación. Los obispos, integrados a la nobleza feudal, consideraban su diócesis como bien de familia y todo se vendía, parroquias, abadías y sacramentos; un sínodo reunido en 909 en Francia lamenta que “malos sacerdotes se pudren en el estiércol de la lujuria y su mala conducta daña la reputación de los que siguen castos, puesto que los laicos tienen tendencia a decir, con razón, “tales son los sacerdotes de la Iglesia”.”
Por: Jean Meyer
La Iglesia católica vestida de púrpura, dedicada a la prostitución con los reyes y los millonarios.
A fines del siglo IX fue electo Papa Sergio III, elección organizada por el senador Teofilacto y su esposa Teódora. La pareja controló el papado durante más de veinte años. Sergio III se acomodó de su tutela, tan bien que tuvo como amante una de sus hijas, Marusia, de veinte años. De tal unión nació un varón que llegaría a ser el papa Juan XI. Luego, a la muerte de Teofilacto, Marusia tomó el relevo; con la ayuda de su esposo, el conde Vito de Toscana, mandó encarcelar, luego matar al papa Juan X que pretendía emanciparse.
Después de nombrar dos papas de transición, Marusia impuso al hijo bastardo que había tenido del papa Sergio; Juan XI fue el instrumento dócil de su madre. Años después, le tocó al nieto de Marusia sentarse en la silla de Pedro, bajo el nombre de Juan XII, cuando acababa de cumplir dieciséis años. La vida privada de aquel Juan, que gustaba de las fiestas ruidosas y de los placeres violentos, escandalizó hasta al pueblo romano, acostumbrado a muchas cosas. Uno de sus sucesores fue otro Juan, el decimotercero, hijo de Teódora la joven, hermana chica de Marusia. Aquella Marusia se encuentra al origen de la leyenda de la papisa Juana, ahora llevada a la pantalla, y lo merece puesto que, en resumen, fue amante de Sergio III, madre de Juan XI, abuela de Juan XII y tía de Juan XIII.
En este periodo oscuro que va del 870 hasta el año 1050, el clero no se encontraba en mejor situación. Los obispos, integrados a la nobleza feudal, consideraban su diócesis como bien de familia y todo se vendía, parroquias, abadías y sacramentos; un sínodo reunido en 909 en Francia lamenta que “malos sacerdotes se pudren en el estiércol de la lujuria y su mala conducta daña la reputación de los que siguen castos, puesto que los laicos tienen tendencia a decir, con razón, “tales son los sacerdotes de la Iglesia”.”