"¿Has cogido un pañuelo?", le preguntaba su madre cada mañana antes de salir de casa. "Era una muestra indirecta de afecto", decía, dentro de un entorno familiar tan opresivo, levantaban una cotidianeidad irrespirable. Ese mismo pañuelo se convertía en su discurso en esa oficina de una planta de manufactura de la que fue despedida tras ser acusada de espía al no querer colaborar con la Securitate, el servicio secreto de Rumanía. "Puedes defenderte de un ataque, pero no puedes hacer nada contra la calumnia. Cada día me preparaba para cualquier cosa, incluida la muerte. Pero no puedes estar lista para esta perfidia. No hay entrenamiento para hacerla tolerable. Te llena de mugre".
"¿Podemos decir que son precisamente los pequeños objetos los que conectan las cosas más disparatadas de la vida? ¿Que los objetos están en órbita y sus desviaciones revelan un patrón de repetición, un círculo vicioso o, como decimos en alemán, un círculo del infierno? Podemos creerlo, pero no decirlo. Pero lo que todavía no puede ser dicho, puede ser escrito".[...] finalizó su discurso haciendo mención explícita a las dictaduras. "Me gustaría poder pronunciar una frase para todas las dictaduras que privan de dignidad cada día, incluyendo las presentes. Una frase, quizá, que contenga la palabra pañuelo. ¿Puede ser que la pregunta sobre el pañuelo nunca fuera sobre el pañuelo en absoluto, sino sobre la profunda soledad del ser humano?".
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